¿Qué le digo? Algunos lo disfrutan, otros no. Pero eso es “harina de otro costal”. El asunto es que las palabras van cambiando y, en su trayectoria, dejan, como Hansel y Gretel, un rastro en el gran bosque léxico, que permite a los estudiosos de la etimología escarbar hasta dar con el “origen” o raíz más remota. La etimología es como viajar al pasado encaramados en una máquina del tiempo. Hay palabras que, por su similitud, permiten “reconocer” la relación entre ellas (pie, peaje, peatón), mas otras nos dejan con la quijada en el piso. Roberts y Pastor explican que la pancarta de hoy era, en principio, el “documento donde constaban todos los bienes de una iglesia”. Protocolo era la “primera hoja encolada en una lista de documentos”. ¿Y broma? Agárrese bien: “caries que carcomen los buques”, para nada gracioso (particularmente si somos los pasajeros). En fin, que “de la etimología remota viene el verdadero sentido de una palabra”. ¿Trabajar? Pingarrón explica que “evolucionó de tripalium con el valor de sufrimiento por las malas condiciones de los alojamientos y las largas jornadas en los caminos: eran los viajes de larga duración”. Ese sentido primitivo se observa en “Los trabajos de Persiles y Segismunda”, de Cervantes, donde “trabajos” se refiere a los sufrimientos de los personajes en su peregrinación. Largo viaje semántico el del trabajo, aún cuando, todavía hoy, unos sufren y otros gozan.
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¿EL PLACER DE TRABAJAR?
Aida Vergne habla de la etimología de las palabras.