Hay que lograr que la naturaleza encienda el imperio de los sentidos, para que las potencias de la razón se maximicen y no solo la tecnología sea instrumento de uniformidad, dice Eduardo Villanueva
Hay que lograr que la naturaleza encienda el imperio de los sentidos, para que las potencias de la razón se maximicen y no solo la tecnología sea instrumento de uniformidad, dice Eduardo Villanueva
Lo he dicho muchas veces, vivo orgulloso de mi pueblo. El virus que nos azota por la corona ha obligado a rediseñar todo modo de convivencia. La gente que añora abrazar, besar, tocar manos, boca y anatomía en general, lo hacen de lejos y con símbolos mientras sea necesario. Los artistas inventan, realizan conciertos virtuales. Los vecinos averiguan por teléfono y por internet qué le falta a otros vecinos, especialmente a los mayores para incluirlos en la compra del supermercado. Los gandules, los plátanos, los huevos, el limón y las chinas se comparten y se regalan, cuando hay para la familia y para los demás, no exactamente familia. La solidaridad y la generosidad aquí no se obligan, ni es necesario sobre-enfatizarla, a la gente le sale natural. Tenemos sentido y dinámica de tribu que nos viene de los moros, vía España y se solidifican por los criterios éticos religiosos y no religiosos, que nos enseñaron y bebimos en la socialización del hogar.
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