H oy, la penosa situación por la cual atraviesa el boxeador Prichard Colón me remontó a una mía personal que transformó mi conciencia. No era mi esfuerzo, pero sentí su dolor barrenar mis huesos. El animal enclenque se impulsó, pero sus patas desnutridas lo traicionaban y repetidamente resbaló del borde del zafacón. Cada resbalón me pateó el alma. Extenuados los dos, lo levanté y lo deposité donde le apetecía estar.
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¿Deporte?
Si las peleas entre animales mutilan la fibra natural y sensitiva en mí que me impulsa a obrar con amor y en armonía, ¿cómo gozar de las de mis hermanos humanos? ¿Cómo deleitarme con sangre salpicada...