Hace poco menos de dos años, veíamos en la ley Promesa y su unigénito, la Junta de Supervisión Fiscal, la antorcha, que, agitándose su llama en la lontananza, ofrecía alumbrarnos el camino hacia un futuro de prosperidad, en el que volviéramos a ser mimados en “el mercado” y en que estuviéramos, además, libres de corrup