Si bien hay una fuerte dosis de responsabilidad por parte del Congreso para la afirmación del estado colonial que nos merma como pueblo, la mayor responsabilidad recae en el liderato político del territorio, señala Antonio Quiñones Calderón
Si bien hay una fuerte dosis de responsabilidad por parte del Congreso para la afirmación del estado colonial que nos merma como pueblo, la mayor responsabilidad recae en el liderato político del territorio, señala Antonio Quiñones Calderón
El próximo martes, 10 de diciembre, habrán transcurrido 121 años de la firma del Tratado de París entre España y Estados Unidos, resultado del cual Puerto Rico se convirtió, como botín de guerra, en “propiedad” del gobierno estadounidense. Con la ratificación del Tratado por el Congreso federal, el 6 de febrero siguiente –en votación 57-27, apenas un voto más de los necesarios para la validación; evidencia suprema del valor del voto–, se convirtió formalmente el pueblo de Puerto Rico en una posesión de Estados Unidos. Más de un siglo después, seguimos poseídos por otros. Esa condición, de tan prosaica característica, en lugar de indignar, es evidente, satisface a algunos, pocos, pero con alguna influencia para al menos dilatar la abolición de la esclavitud política prevaleciente.
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