Serán pocos los que lo admitan abiertamente. Tal vez ninguno lo haga. Sería un sacrilegio, de esos que te pueden causar la expulsión de algún club privado y libre de impuestos. Pero en el fondo, tal vez en la intimidad del asiento del baño, mientras piensan, suspirarán con alivio porque ya hay un villano que culpar. La burbuja de ilusiones y sueños económicos que por décadas nos creímos, terminará de explotar y los dedos señalando apuntarán al norte.
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“La culpa es de los gringos”