OPINIÓN
Punto de vista
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Nadar para poder caminar

Pensé en todos aquellos escritores que practicaban la natación, no para recordar el peso de la tierra, sino precisamente para olvidarla. El poeta Lord Byron, aquejado de una lesión en el tendón de Aquiles, nadaba para olvidar su cojera y cruzó el Bósforo, al norte de Turquía, sin rastro de dolencia. El checo Franz Kafka solía nadar en la Escuela Civil de Natación, en la isla de Sofía, para olvidar la vergüenza que sentía por su cuerpo. En sus “Diarios”, bajo la fecha del 2 de agosto de 1914, Kafka anota: “Alemania declara la guerra a Rusia. Por la tarde, me fui a nadar.” En una entrevista, el colombiano Héctor Abad Faciolince, autor de “El olvido que seremos”, dice: “Nado para que nada me afecte, nado para estar solo.” Para el poeta argentino Héctor Viel Temperley nadar era la mejor forma de rezar. El misticismo de su poema “El nadador” es evidente cuando dice: “Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada / Tuyo es mi cuerpo”.

3 de septiembre de 2018 - 1:00 AM

Las opiniones expresadas en este artículo son únicamente del autor y no reflejan las opiniones y creencias de El Nuevo Día o sus afiliados.

En “Las leyes”, Platón dice que nadie debe ocupar un cargo oficial si no sabe nadar. Recordé esa cita mientras hablaba con un maestro de natación en la fila de una de las tantas oficinas gubernamentales. Entre espera y resignación, me comentó que era maestro transitorio del Departamento de Educación, que todos los años tenía que hacer las mismas filas, pedir los mismos documentos y rogar —tal vez a Poseidón— que lo nombraran pronto para que sus estudiantes no siguieran perdiendo clases. No recuerdo el nombre de la escuela, pero sí el apodo que sus estudiantes cariñosamente le ponían: “Míster Piscina”. Me contó que atendía casos de perlesía cerebral, autismo, espina bífida y otras condiciones, y que la natación era la terapia que ponía a sus chicos a caminar: “Nadar les da equilibro”, me dijo. Dos pasos en tierra de aquellos estudiantes era el producto de horas, semanas y meses de ejercicios de natación. Pero un insulso papel, un indigno sello, y la abúlica firma de un burócrata que ocupa un cargo oficial amenazaba el tiempo lectivo.

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