El protagonismo y el pataleo narcisista le han ganado la pelea a la muerte pandémica. Por eso ya no hay pacientes, sino contagiados; no hay azar, sino gente que no siguió el protocolo; ya no hay pobres, sino vagos, escribe Cezanne Cardona
El protagonismo y el pataleo narcisista le han ganado la pelea a la muerte pandémica. Por eso ya no hay pacientes, sino contagiados; no hay azar, sino gente que no siguió el protocolo; ya no hay pobres, sino vagos, escribe Cezanne Cardona
Tucídides jamás pensó que los puertorriqueños terminarían por embellecer la pandemia. Si el autor de la Historia de la guerra del Peloponeso se diera una vuelta por el cementerio municipal de Toa Alta, se encontrará de frente con una enorme promoción estatal que obliga a un romance venial con la mascarilla: “Enamórate de ella”, dice en letras cursivas y con la misma zalamería que hace años el laxante Metamucil promovía el movimiento intestinal: “Embellece tus intestinos”. Tal vez, Tucídides no habría tenido problemas con la cursilería heroica de la guerra contra el COVID-19, al principio del encierro. Tampoco se hubiera quejado -griego al fin- de la solidaridad aplanadora y falsa del “Esto lo acabamos todos”. Y hasta alzaría un poco la ceja izquierda, con tierna desconfianza, por el privilegio que veranea en la frase “Quédate en tu casa”. Pero de lo que estoy seguro es que el historiador habría tronado contra el bolero pandémico “Enamórate de ella”. Usarla es una cosa, pero enamorarse de la mascarilla es el colmo del narcisismo de catástrofe, algo así como susurrar una canción en el fondillo mismo de la Paz Mundial.
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