Es hora de que Puerto Rico tome con seriedad y los puertorriqueños adopten con pasión la causa ambientalista que hasta hace poco se veía con ojo idealista romántico y de la que Casa Pueblo es modelo, escribe Orlando Parga
Es hora de que Puerto Rico tome con seriedad y los puertorriqueños adopten con pasión la causa ambientalista que hasta hace poco se veía con ojo idealista romántico y de la que Casa Pueblo es modelo, escribe Orlando Parga
En 1980, desde las montañas de Adjuntas se lanzó un esfuerzo ambientalista bautizado como Casa Pueblo al que pocos hicieron caso y otros despacharon como causa izquierdosa nutrida de prosapia independentista. El ambientalismo fue estigmatizado desde sus orígenes – todavía lo es – de planteo radical, elitista, socialista y anatema del capitalismo; pero, entrado al nuevo siglo, cuarenta años después, el sufrimiento ocasionado por huracanes y terremotos, y el horror de una pandemia validan el cuido del ambiente como reclamo del que pende la evolución de la humanidad. Hoy, en los países más desarrollados y con más sofisticados sistemas de salud, la gente vive con susto, encerrados en cuarentena, contando muertos por cientos de miles a consecuencia de prácticas insalubres y denigración ambiental.
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