A diferencia de Richard Nixon en 1960, el derrotado Donald Trump no pierde con gracia y poco o nada le preocupa el daño que su obstrucción pueda ocasionar al bienestar, seguridad o prestigio nacional, de acuerdo con Orlando Parga
A diferencia de Richard Nixon en 1960, el derrotado Donald Trump no pierde con gracia y poco o nada le preocupa el daño que su obstrucción pueda ocasionar al bienestar, seguridad o prestigio nacional, de acuerdo con Orlando Parga
A Richard Nixon se le describe como político inescrupuloso; el “Tricky Dick” que jugaba sucio en campaña y encubridor de Watergate forzado a renunciar la presidencia. No obstante, toda moneda tiene dos caras… ese es el mismo Nixon que en 1960, con el prestigio de ocupar la vicepresidencia de la administración Eisenhower, parecía invencible al reto del senador John F. Kennedy. Aquella contienda fue cerrada y el candidato demócrata prevaleció por escaso margen de 113,000 votos, de 68 millones que fueron a las urnas. Kennedy escasamente obtuvo el 0.2% de mayoría, rumoreándose que algo tuvo que ver el siniestro alcalde demócrata de Chicago Richard Daley y su poderosa maquinaria electoral de Cook County para inclinar la balanza hasta decidir el colegio electoral de Illinois a favor de JFK; y el senador demócrata Lyndon B. Johnson, otro afamado manipulador electoral, igualmente acusado de empujar con maña la escasa mayoría de 46,000 votos, entre 2.3 millones emitidos, que otorgó a Kennedy el voto electoral del estado de Texas.
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