Se ha considerado que el lenguaje es el último bastión de la singularidad humana, pero estos experimentos etológicos y lingüísticos, de serias implicaciones filosóficas y aun teológicas, lo ponen en tela de juicio, escribe Luce López Baralt
Se ha considerado que el lenguaje es el último bastión de la singularidad humana, pero estos experimentos etológicos y lingüísticos, de serias implicaciones filosóficas y aun teológicas, lo ponen en tela de juicio, escribe Luce López Baralt
Me encontraba estudiando para mi examen doctoral cuando leí sobre unos experimentos, entonces noveles, en los que algunos científicos norteamericanos entrenaban a chimpancés en las destrezas de la comunicación lingüística. Al carecer esos primates de las características anatómicas para articular los sonidos del habla humana, los investigadores optaron por manufacturarles computadoras con imágenes de frutas, árboles, personas y verbos como “amar” y “temer”. Los chimpancés pulsaban las imágenes para comunicar sus deseos a sus entrenadores, pero de repente comenzaron escribir oraciones nuevas en las que se evidenciaba que manejaban creativamente la sintaxis y las preposiciones. Una de las hembras quedó tan contenta de comunicar sus pensamientos que se tiraba al suelo a rodar de dicha. Quedé estupefacta cuando vi el video. Pensé que si estos simios habían logrado el uso, siquiera rudimentario, de las preposiciones, yo tenía que aprobar mi examen doctoral.
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