Cuando en 1348 la peste bubónica, después de haber borrado del mapa a la mitad de la población de entonces de Europa, se acercaba inexorable a Inglaterra, el Rey Eduardo III, en vez de tomar las medidas sanitarias racionales necesarias para contener la conflagración, decidió confiar solo en la intervención divina. Le pidió al Arzobispo de Canterbury que organizara oraciones que salvaran a los ingleses del dantesco desenlace que ya había vivido todo el continente.
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El descenso
En resumen, los planes A, B y C fallaron y en este momento nadie sabe, en realidad, qué hará el Gobierno, si algo hará, para tratar de evitar el colapso financiero que se fermentó por no haber hecho l...