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A erradicar la epidemia del machismo

28 de abril de 2024 - 11:14 PM

Los más de veinte feminicidios ocurridos en Puerto Rico este año evidencian que los esfuerzos por salvar más vidas de mujeres violentadas por el machismo son insuficientes. La emergencia por la violencia de género no tolera más la ambigüedad ni la dejadez de quienes pueden -y deberían- evitar a toda costa estos crímenes.

El crimen más reciente, registrado en Manatí, sugiere deficiencias vinculadas a la aparente excarcelación indebida de quien ahora figura como acusado. Se trata precisamente de una persona sentenciada por el asesinato de una mujer en 2005, procesado, además, por diversos delitos graves. Urge una pesquisa rigurosa. De confirmarse trámites errados, serán precisas sanciones severas, así como medidas contundentes centradas en garantizar de forma abarcadora la seguridad pública en estos casos.

En el sistema encargado de proteger a las mujeres hay que identificar sin ambages quiénes son parte del problema, porque son agresores o cómplices consentidores de cobardes que nunca aprendieron a manejar sus emociones ni a respetar que todas las personas tienen derecho a una vida libre y en paz.

Las tragedias recientes revelan el rostro camaleónico de un sistema fallido renuente a cambiar. En esa estructura existen hombres y mujeres que reproducen una cultura arcaica, acurrucada por partidismos y amiguismos. A diferencia de tantos con consciencia de equidad, otros siguen aferrados a la vieja forma de hacer y pensar por miedos o conveniencia.

El rostro de ese sistema cobra forma de agentes que ante una querellante temerosa rehúsan activar protocolos. O el de burócratas que permiten a un feminicida quedar libre facilitando que vuelva a agredir de forma letal. También el de funcionarios investidos de poder que optan por desentenderse de decisiones vitales por indolencia, pereza o porque deben sus puestos a consideraciones ajenas al mérito profesional. Ese sistema tiene rostro de gente que legisla mientras aterroriza en su hogar, de depredadores sexuales, maltratantes o acosadores. Son rostros familiares en todas las agencias. Jefes y subalternos reconocen -o comparten- la falta de carácter, pero miran para otro lado. Todos tienen en sus manos la posibilidad de salvar la vida de una mujer.

La violencia machista se alimenta desde la niñez en innumerables espacios, porque no ha habido voluntad como sociedad de exigirse y exigirle al liderato del país cambiar. La violencia machista manifiesta una sociedad agresiva. Los feminicidios no son un crimen más.

Es urgente que el Estado establezca la necesaria línea de defensa que constituye un currículo para desarmar esa cultura antisocial en las aulas de clase. Hay que educar sin privilegiar a nadie sobre otros. Un sistema educativo no puede funcionar a base de la conveniencia electorera, temiendo y asumiendo poses ante sectores dependientes de estructuras desiguales.

Las leyes y protocolos tienen que hacerse valer con penalidades claras y contundentes contra quienes incumplan ese deber. En este año electoral, observemos quiénes fomentan estos crímenes, exudando machismo desde posiciones de influencia y poder; quiénes se ufanan de su agresividad, de la estridencia o apuntan con más vileza contra mujeres con ataques que no repetirían contra un varón; quiénes repiten los tóxicos patrones infantiles -acomplejados- de acosar y acusar por identidad sexual.

Veamos esas conductas en cada entorno, en las plataformas sociales, en las mal llamadas bromas en el trabajo; quiénes callan o ríen ante acciones que -lejos de ser ingenuas- son instancias de la violencia machista.

Cada mujer asesinada como castigo por serlo, por ejercer su derecho a no consentir, por aspirar a ser libre y feliz, representa el fracaso de un sistema que se niega a cambiar. Exijamos como sociedad que ese espejo llamado sistema nos refleje mejor.

Resistamos desviar la mirada ante una cultura malsana y homicida. Por qué tolerar que los políticos se escuden tras excusas. Por qué consentir que culpen a las víctimas quienes se valen de tribunas públicas para pregonar odios.

Valoremos a nuestras mujeres despojándonos de un falso romanticismo esclavizante. Seamos el antídoto para erradicar por siempre una epidemia repudiable.

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