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Yo no me quito
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Una tragedia que se transformó en una misión de vida

Zorimar Betancourt continúa trabajando para cumplir el sueño de su hijo Stefano: salvar vidas

15 de marzo de 2016 - 12:00 AM

(Suministrada)
(Suministrada)

Si nos preguntasen qué es la vida, la respuesta podría variar entre personas y momentos. Hay experiencias que —sin previo aviso— pueden transformar el rumbo de nuestro destino. Sin embargo, debemos abrazar esos momentos, aceptar los cambios e impulsar nuestras vidas hacia un mejor futuro. Así fue que, desde la tristeza más profunda, Zorimar Betancourt se transformó en una mujer de impacto.

La vida de Zorimar Betancourt comenzó un 30 de abril de 1967 en Río Piedras. Es madre de dos hijos —Stefano y Anna Isabelle— y posee una mezcla interesante de inteligencia, perseverancia e imaginación. Su paso por la vida ha sido aventurero e intenso con paradas en Atlanta (donde cursó la universidad), Londres y Holanda (donde vivió por 10 años).

Vivía en una realidad suspendida hasta que dos instancias cambiaron su existencia para siempre. Muchas veces sentía un vacío que solo se llenaba con una gran enseñanza que su padre Ricardo Betancourt le inculcó desde pequeña: dar es mejor que recibir. La mejor manera de lograrlo era a través de la labor voluntaria. Sin embargo, Zorimar nunca imaginó que esta sería la zapata de conocimiento que utilizaría para su futura misión de vida.

El apego por la familia, el olor del mar y el amor hacia su tierra la hicieron regresar a Puerto Rico en el 2003. Fue entonces que se dedicó a ser madre a tiempo completo y a emprender su negocio, Zorimar Betancourt Designs, dedicado a la confección de accesorios.

Caen lágrimas del corazón

Casi una década después de haber regresado a la Isla, Zorimar se enfrentó a uno de los momentos más difíciles que un ser humano puede vivir. La inesperada muerte de su hijo Stefano de 17 años a manos de dos delincuentes le dio un giro de 180 grados a su destino. No hay duda alguna que el dolor más grande que un padre o una madre puede sentir es ver a su hijo o hija morir. A pesar de esto, el legado que Stefano dejó es uno de grandes planes para su mamá y el mundo.

El hecho de que Stefano se inscribió como donante, y que sus órganos salvaron la vida de cinco personas— Joanne Luliucci, Edwin Díaz, Melba Febus Bernardini (quien falleció tres años después), Camilo Valencia y un quinto que no se ha identificado— transformó el dolor de la pérdida en amor. Fue en ese instante cuando Zorimar palpó hacia dónde la vida le dictaba que debía ir. Así nació la Fundación Stefano Steenbakkers Betancourt, con el objetivo de educar sobre la necesidad de incentivar la donación de órganos a nivel local e internacional. Con la Fundación, Zorimar pretende honrar el sueño que Stefano tenía de cambiar el mundo. Esta nueva misión fue la que mantuvo intacta su cordura en la crisis y la que le dio todas las razones para no rendirse y seguir hacia adelante.

La sonrisa que nunca se apaga

Un año más tarde, el dolor volvió a tocar su puerta, esta vez en la forma de una de las enfermedades más abrumadoras, el cáncer de seno. Esta enfermedad la llevó a someterse a quimioterapias y todo el proceso de recuperación por varios meses. Pese a lo mortal que puede ser esta enfermedad, Zorimar pudo más y hoy, libre de cáncer, continúa con su habitual energía y sonrisa.

Ha sido un camino intenso y complicado pero gratificante. No obstante, cada lágrima derramada se ha convertido en la esperanza diaria que la guía para no quitarse y para ser su mejor versión para dar a nuestro país y al mundo.

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