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Por décadas, el diagnóstico de la enfermedad de Alzheimer ha sido uno de exclusión, basado en los síntomas de una persona, en lugar de la evidencia definitiva de la presencia de una enfermedad en el cerebro. Incluso, un diagnóstico certero no era posible hasta que se realizara una autopsia. Si no se encontraba una razón o condición relacionada a la pérdida de memoria, el síntoma más común, se decía que la persona tenía la enfermedad de Alzheimer.