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Una constante para Clarissa Llenza ha sido el cambio, sobre todo a nivel profesional, lo que tiene efectos en su vida personal, pues en cada uno de ellos la ha movido su bienestar y felicidad.
Se ha destacado en el mundo de la publicidad, el que dejó a un lado para dedicarse a la floristería y hace unos años a la cocina, al crear el concepto Homecooking Therapy, en el que además de cocinar para grupos también ofrece clases de cocina que culminan con un festín en el agradable patio contiguo a su cocina.
“Mi cocina es como mi santuario. Vivo aquí 24/7. Por disciplina, hago una receta diaria. Trato que la gente entienda las virtudes que tiene cocinar. Son tantas las virtudes que tiene y lo beneficioso que es para el ser humano y para la familia. Posteo una receta casi todos los días. Trato de hacer cosas diferentes, que la gente se motive. Aquí ha venido gente que dice que vienen a divertirse porque no son amantes de la cocina y se dan cuenta de que es algo que pueden hacer. Eso es chévere”, explica mientras prepara una pasta a la puttanesca, su plato favorito.
Aunque el proyecto de la cocina como su fuente de ingreso no llegó hasta la adultez, para Clarissa ese espacio siempre ha sido importante en su vida. Recuerda que las reuniones navideñas en casa de su abuela se daban alrededor de la cocina, saboreando unos canelones rellenos que, aunque se salían por completo de las tradiciones boricuas, sí se convirtieron en el plato más esperado por toda la familia.
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“Al día de hoy todavía hago unos canelones con la receta de mi abuela. Mi abuela falleció y mi mamá hacía los canelones. Mi mamá falleció y yo hago los canelones. Todo el mundo en mi familia sabe hacer esos canelones”, asegura.
Clarissa menciona que tanto ella como sus hermanos -sobre todo Luis, el más pequeño- siempre se les ha dado bien la faena en la cocina. Por esta razón, cuando decidió dejar la floristería por la gastronomía no fue algo que le extrañara a nadie, porque ella siempre ha sido una de esas anfitrionas cuyo gran disfrute es ver a sus invitados contentos y compartiendo de la buena mesa y de la compañía.
“No hay mayor placer para alguien que cocine que ver que la gente disfruta la comida, que se sientan atendidos y que haya una mesa bien puesta. Siempre uso servilletas de hilo. A mí me enseñaron a usar servilletas de hilo y sentarte en una mesa con un mantel almidonado, para mí eso es una sensación tremenda. Creo que eso casi no se ve, pero aquí siempre va a haber una servilleta de hilo y una mesa puesta bonita”, comenta.
Volver a empezar
Luego de 20 años en el campo de la publicidad local, Clarissa decidió perseguir su pasión por las flores. Todo surgió por un libro que una buena amiga le regaló sobre flores secas, las cuales estaban de moda en ese momento.
“Era vicepresidenta de Comstat. Eso era lo que me generaba un ingreso y yo vivía sola. No era tan fácil dejarlo todo, pero a veces nos sentimos atrapados y, muchas veces, tenemos compromisos. Para mí dejar el trabajo, aun después que me casé con Lopito (el fenecido publicista Efraín ‘Lopito’ López) que pude haberlo hecho, no era tan fácil, porque yo vengo de padres divorciado y yo veía a mi mamá luchar. Mi mamá se divorció, tuvo que terminar sus estudios. Yo la admiré muchísimo. Mi mamá fundó la Casa protegida Julia de Burgos. Ella era la directora ejecutiva y yo vi a mi mamá toda la vida luchando por las mujeres. Entonces, dejar un trabajo que se consideraba estable era difícil”, explica.
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Al principio, creaba las flores como esculturas y las vendía entre sus compañeros de trabajo. Pero Clarissa decidió arriesgarse y dedicarse de lleno a su nueva pasión al abrir la floristería Moriviví. Recuerda que realizó una primera exhibición en la Casa Antigua, en Miramar.
“En esa ocasión, hice unos árboles enanos. Esa noche vendí 10 mil dólares. Eran una escultura. Desde ese momento, no paré desde ahí”, recuerda.
La floristería fue un sueño cumplido, sin saber que años más tarde ese anhelo se transformaría y pasaría a la cocina, una vez cumplió los 60 años.
En el 2016, viajó a Italia a estudiar al Italian Culinary Institute (ICI) con el chef John Nocita. Cuando regresó a Puerto Rico, decidió cuál sería su nuevo norte: la cocina.
Así se embarcó en el proyecto de Homecooking Therapy, en el que su cocina se convierte en un salón de clases para grupos pequeños que buscan dominar la confección de platos italianos. También cenas privadas en su hermoso patio decorado con flores que te llevan a un viaje a Italia.
Para Clarissa, esas reuniones, ya sea para cenar o aprender a cocinar, son terapéuticas tanto para ella como para quienes disfrutan de la experiencia.
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“Uno de los factores más importantes para la felicidad está basado en conectar con la gente. Tú no te puedes aislar. Eso lo he reaprendido, pero Lopito era una persona así, que saludaba y hablaba con todo el mundo. Yo adopté esa filosofía y en Italia, se ve mucho eso. Yo conecto con la gente. Para mí, esa mesa (en el patio) es una conexión que puedo crear con cada persona que se sienta ahí. Una vez ahí, están disfrutando, están hablando, lo están pasando tranquilos y no se quieren ir. Es importante estar socialmente conectados. Por eso, la sobremesa en Europa es tan importante y lo era en Puerto Rico. Mis padres me exigían sentarme en la mesa a las seis de la tarde”, destaca.
Ese gusto por crear espacios para compartir también ha llevado a Clarissa a organizar viajes educativos a ICI, durante el verano, a través de la iniciativa “The Southern Italy Experience”. Los participantes toman clases de cocina, pero también conocen la región que visitan y los productos que se elaboran, y cultivan en el lugar.
El próximo viaje será en mayo, cuando visitarán la región de Calabria y la isla de Sicilia. Allí también realizarán catas y tendrán talleres sobre aceite de oliva extra virgen, quesos y vinos.
Vivir con pasión
Clarissa asegura que algo que ha aprendido con los años ha sido vivir con pasión y hacer lo que le gusta.
“Cuando decidí dedicarme a la cocina, me atreví. Hoy en día vivo la vida así. La gente me pregunta cómo voy a Italia y me quedo dos meses por allá. ¿Qué yo hice? Yo le dije: ‘Chef, me voy a quedar un mes más’, porque no podía venir a Puerto Rico en lo que llegaba el próximo grupo, que me diera trabajo. Si tenía que picar cebolla, pues piqué la cebolla. Eso hice todo el mes de junio (del año pasado) estuve en la cocina, fajá como todo el mundo. O sea, no privilegio ni nada. Eso me permitió conocer gente. Ya tengo amistades de todo el mundo”, recuerda.
Antes de Italia, Clarissa tomó clases de cocina en Niza, al sur de Francia, y también se describe como amante de la comida mexicana, tomando en cuenta su evolución de manera tan creativa. Por esta razón, no descarta realizar alguna experiencia cultural gastronómica para grupos en un futuro cercano.
Más adelante, Clarissa añora vivir unos meses en Italia y otros en Puerto Rico, para seguir disfrutando de su pasión por la gastronomía y los viajes.
“De momento estoy logrando ir dos meses y, si puedo, estar los tres que me permite la vista, sería para mí maravilloso porque es como ampliar el horizonte. Y, hay una edad para todo, ¿para cuándo lo voy a dejar? Las cosas hay que hacerlas cuando uno tiene energía”, concluye.