

17 de julio de 2017 - 12:00 AM
A diferencia de la mujer apasionada, de la amante enamorada, la seductora no se entrega a un hombre sino que lo domina. Su objetivo es la posesión total y asfixiante de su “presa”, a la que cautiva con buenas o malas artes para conseguir algún beneficio: fama, fortuna, relevancia, comodidad. Este tipo de mujer ha sido notorio desde que Cleopatra sedujo a Marco Antonio para mantenerse en el trono de Egipto. Se ha reflejado innumerables veces en libros que exploran las diversas modalidades de la seducción y que suelen ser obras de escándalo. En nuestro tiempo, la imagen de la gran seductora ha perdido preeminencia, quizás porque la idea misma de la “seducción” ya no resulta transgresiva. Y, sin embargo, en la vida real no se explican -sin la acción de una seductora- sucesos como la renuncia al trono de Inglaterra de Eduardo VIII y su matrimonio con Wallis Simpson, ni la manera en que Eddie Fisher abandonó a su mujer, Debbie Reynolds, para casarse con Elizabeth Taylor o Brad Pitt a Jennifer Aniston para casarse con Angelina Jolie.
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