Nada que ver con nuevos procedimientos médicos para llegar a este mundo. Antonomasia, aunque suene a tumor maligno, es un término que le pertenece la semántica y la retórica. Pero no nos vayamos por la tangente. La antonomasia es un recurso de la lengua al cual los hablantes recurren, muchas veces sin darse cuenta, y sustituye, literalmente, el nombre propio o frase por otro que le cae de perilla pues se trata de una persona, cosa o evento que es “entre todas las de su clase, la más importante o conocida”, nos dice Moliner. ¿Lo enredé? Lo desenredo enseguida. El Che es (o se refiere), por antonomasia, a Ernesto Guevara; la ciudad luz es, por antonomasia, París; la Gran Manzana nos remite a Nueva York, por antonomasia. ¿Lo ve? Así, pues, en Navidad, cuando hablamos de El Nacimiento, nos referimos, al del hijo de Dios, y no al del bebé de su vecina. ¿Por qué? Porque este Nacimiento del 25 de diciembre apela al más importante y conocido de todos (sin ofender a madre alguna). Hay muchos nombres por antonomasia, que entendemos sin problemas (si tenemos conocimiento del suceso, cosa o persona a la que apelan). Y mire qué curioso: un portal es, por antonomasia, una herramienta de Internet. PEROOOOOO, en Navidad, cuando hablamos de El Portal, nos referimos, por antonomasia también, al de Belén donde ocurrió El Nacimiento, por antonomasia.
Se adhiere a los criterios de The Trust Project
Bocadillos lingüísticos: El nacimiento por Antonomasia
Nota de archivo
Esta historia fue publicada hace más de 10 años.