Cuando un discurso de graduación nos lleva directo a la góndola cotidiana que algunos llaman tiempo, y esquiva las lecciones fáciles, entonces uno puede decir que se encuentra frente a un buen relato, escribe Cezanne Cardona Morales
Cuando un discurso de graduación nos lleva directo a la góndola cotidiana que algunos llaman tiempo, y esquiva las lecciones fáciles, entonces uno puede decir que se encuentra frente a un buen relato, escribe Cezanne Cardona Morales
Solo confío en las utopías que incluyen retretes. La culpa la tiene Tomás Moro porque en su Utopía menciona aquellos aparatos tan necesarios. Aunque aún no se llamaban así, o se parecían más bien a los urinales, Moro tuvo la gentileza de imaginarlos como parte de su mundo ideal. Y eso se le agradece porque hace de la utopía un embuste más honesto o menos impoluto. Algo parecido me sucede con los discursos de graduación: solo confío en esos exordios cuando -detrás de las historias edificantes y las profesiones eternamente ideales- aparece algún objeto, tal vez ese detergente para lavar uniformes o esos chicles debajo de los pupitres que adivinan algo sobre la lotería y la prehistoria. ¿Será un capricho pedirles a los graduandos que revisen si las togas que llevan puestas dicen Hecho en China o Hecho en Taiwán?
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