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El aroma dulce que sale prácticamente desde cualquier rincón es tentador. Se nota que se está en la “Cuna del Pastel de Nata”, mientras se van subiendo sus empinadas y múltiples cuestas. Estando en Lisboa, la capital de Portugal, las paradas frecuentes se hacen obligatorias, ya sea por el cansancio de largas caminatas o subidas de empinadas cuestas. Y nada mejor que esos ratitos dulces para comerse el llamado originalmente “Pastel de Belem”, que son parte de la fascinación que ofrece esta ciudad para cualquier visitante, incluyendo los viajeros de cruceros.
Lisboa siempre ha sido un importante puerto de cruceros comercial y de pasajeros. Para estos últimos puede ser puerto de embarque, desembarque o de visita, incluyendo para quienes hacen ruta transatlántica entre Europa y América.
Para nosotros, nuestra primera visita fue el punto final a la travesía inaugural del Norwegian Viva, el nuevo barco de Norwegian Cruise Line. El Viva zarpó desde Trieste, Italia, con un reducido grupo de prensa, en un viaje completamente vendido con mucha anticipación. Miles de pasajeros de todas las edades disfrutaron no solo de un interesante itinerario, sino también de las amenidades y actividades del barco, entre ellas su pista de Go-Karts de tres niveles, su Galaxy Pavilion, con juegos de alta tecnología y su exquisita gastronomía. Gracias al espléndido clima, y dos días de mar completos, los pasajeros gozaron de todas las actividades a bordo y de las bellas áreas del barco.
La llegada a Lisboa fue impresionante. Erigida sobre las colinas bañadas por el Río Tajo, el puerto está en la misma ciudad, lo que hace que los pasajeros empiecen a disfrutar de las vistas, las estructuras y la topografía desde el barco. Está a pocos minutos caminando de la mayoría de las atracciones del centro histórico de Lisboa.
En ese mismo centro, nos hospedamos en uno de los hoteles boutiques que abundan en la zona, para aprovechar al máximo los tres días que estaríamos allí y que combinaríamos con visita a otras ciudades. Hay varias áreas recomendadas para hospedarse en la ciudad, algunas con precios más económicos. En esta, por ejemplo, teníamos todo muy cerca, pero se tiene que sacrificar el tamaño de las habitaciones (minúsculas) y ser consciente de que como en todo casco histórico, las estructuras son bastante antiguas y los hoteles pueden carecer de facilidades modernas. El nuestro, con habitaciones promedio de 175 euros por noche (poco más de $191), para dos personas y con un buen desayuno, tenía aire acondicionado y baño privado, dos requisitos indispensables para nosotros.
Quienes han ido antes en Lisboa, hablan de la ciudad alegre, festiva, pero a la vez relajada y perfecta para perderse entre sus calles descubriendo con calma sus rincones. Nuestra experiencia, y la de miles de viajeros que este año abarrotan cualquier lugar de Europa, fue distinta. Una ciudad repleta de turistas, bulliciosa, con filas para comer en algunos restaurantes, con su transporte público abarrotado y con tráfico pesado en su centro. Esto sumado a las largas caminatas bajo un calor que se dice más intenso que nunca, impone una buena planificación de su viaje. Tendrá que hacer pausas para evitar la deshidratación y tal vez, no podrá entrar a lugares históricos que tenía en agenda, si no compró entradas por adelantado.
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Mucho para ver
Lisboa tiene variedad de lugares históricos para visitar. Entre ellos, la Catedral, el “Castelo de Sao Jorge” o Castillo de San Jorge, donde los cruzados cristianos derrotaron a los árabes en 1147; y muy cerca el Mirador de Santa Lucía, desde donde se divisa el puerto. Además, la Torre de Belém, de inspiración árabe, el Elevador de Santa Justa, un ascensor-mirador para transportarse en una de las cuestas más pronunciadas; la Iglesia de San Roque, el “Cuna del Pastel de Nata”(muy parecido al Golden Gate, de San Francisco) y para divisar la ciudad, desde el agua, puede hacer un recorrido en bote.
Pero sin duda, el gran centro de reunión de miles de turistas, especialmente después del atardecer, es la gran “Praça do Comércio” o Plaza del Comercio, que fue históricamente el centro de comercio de la ciudad. Esta da al frente portuario, lleno de actividades y restaurantes, y al Arco Triunfal de Rua Augusta, al que puede subirse para una impactante panorámica de la ciudad. El arco simboliza la fuerza de Lisboa tras el devastador terremoto de 1755 y un homenaje a los grandes valores de la patria portuguesa.
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En esa misma calle y en los alrededores, verá cientos de tiendas de artesanías, de variada calidad, y otras de cadenas internacionales. También restaurantes que le venderán casi el mismo menú (excepto los más gourmets) con precios básicos que rondan los 20-30 euros (de $21 a $ 32 aprox.) por persona, entre los que abundan el adorado bacalao, tan típico de Portugal, y gran variedad de pescados y mariscos, desde sardinas hasta langosta, así como carnes. El bacalao se lo presentarán de mil maneras, pero es más usual a la parrilla, servido con papas, con una sazón bastante simple, aunque puede encontrarlo frito en algunos lugares, tipo “fish and chips”. No deje de probar el pastel de bacalao (entre cinco a siete euros / más o menos $6 a $7) del que abundan las fábricas que le muestran cómo hacen este aperitivo, que es asado, con harina mezclada con el bacalao.
Si va
El sistema de transporte público es excelente, desde trenes, metro, autobuses y el Tranvía 28 (estos son los más populares y muchas veces hay que ir de pie). El pase diario es 10 euros ($11) o cada vía cuesta tres ($4).
Desde Lisboa puede llegar fácilmente a otras ciudades cercanas como Sintra, Fátima y Óbidos.
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