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Tokio — Cada cuatro años, cuando se celebra una justa olímpica, sus organizadores desembolsan miles de millones de dólares para asegurarse que todo esté planeado celosa y cuidadosamente, abriendo paso a que sólo un aspecto sea genuinamente impredecible: las actuaciones de los deportistas y, por extensión, el resultado de los eventos en que compiten.