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María Soledad viste un traje rojo intenso y lleva en la mirada el ardor de un fogón. Sus manos, acostumbradas al manejo de objetos filosos y punzantes, hoy parecen flores delicadas y suaves. Esta noche, María Soledad ha colgado el delantal, ha guardado los cuchillos y ha apagado la estufa. En su lugar, hojas de papel sirven de mandil, el filo de sus cuchillos lo ha cambiado por el de una pluma y ha sustituido el fuego de la hornilla por la pasión ardiente que lleva en el corazón.