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Cuando una casa arde en llamas, hay ojos que solamente pueden ver la destrucción y pies que recordarán, vacilantes, el ruido de las ruinas bajo su pisada. El artista, en cambio, reconocerá en las paredes de su habitación quemada la escritura del fuego; sus pies correrán menos al rescate de lo ardido que al descubrimiento de un nuevo tiempo-espacio creador. Las manos, animadoras del grafito, dirán al pie que no es inerte la ceniza. Así, se le antojará que el humo dibuja con esmero su figura: artista y obra ave fénix, nunca escombro en abandono.