

13 de julio de 2025 - 11:10 PM
A lo largo de la tarde calurosa del 11 de julio de 2025, entre un mar de pavas, banderas monoestrelladas, atuendos que tributaban tanto lo tradicional como lo urbano y pancartas personalizadas que decoraban las afueras del Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot, cada asistente traía consigo más que las ansias de ver a Bad Bunny en el inicio de su tan anticipada residencia, también acudieron con historias únicas.
El Nuevo Día realizó un recorrido en horas de la tarde por las experiencias y actividades relacionadas con la serie de espectáculos. En el camino, se escucharon relatos que añadieron vida a la tarde inaugural.
A pesar de ser parte de las nueve funciones “exclusivamente para puertorriqueños”, algunos fanáticos, mediante la inseguridad de las reventas, se adelantaron y lograron acceder al primer concierto de su artista favorito.
Este fue el caso de Cathaysa González y Matías No, una pareja joven proveniente de Gran Canaria que compartió su historia mientras hacían la fila de la tienda de mercancía oficial de FRSH co. en el lateral del recinto.
Hace dos semanas llevan sumergidos en la experiencia turística con la que recorrieron gran parte de la isla como los campos montañosos del centro y las playas del oeste.
“Fue una idea de regalo para su cumpleaños”, explicó González. “Él es súper fan de Bad Bunny, un fanático de los más grandes. Así que dije ‘que mejor regalo que llevarlo a Puerto Rico’”, añadió.
Por su lado, No, quien llevaba la bandera tricolor del archipiélago canario atada en el cuello, enfatizó el paralelo de gustos musicales entre los canarios y los boricuas, un factor que tras los años lo ha llevado a idolatrar a Bad Bunny.
“Bad Bunny es una eminencia de la música, no solo puertorriqueña sino mundial”, exclamó. “Para mí estar aquí y poder verlo en su casa, en el lugar donde él quiere cantar para todo su pueblo, es algo súper, súper, súper significativo”.
A preguntas de cuánto pagaron por sus taquillas, la pareja se miró y rieron como dos niños que acaban de ser sorprendidos en medio de una travesura.
“Fue caro”, respondió González. “Pagamos como $700 por cada entrada. Estamos en la parte de arriba del ‘Choli’, más cerca de Dios que de Bad Bunny, pero estamos dentro que es lo que importa”.
La visita de la pareja culminó con broche de oro, y se aseguraron de resaltar la amabilidad del pueblo puertorriqueño y su deseo de volver al país lo más pronto posible. Hasta entonces, se quedarán con los recuerdos de haber estado presentes la primera noche del espectáculo más grande del año.
Sin duda alguna, la fanaticada de Bad Bunny lo da todo por el artista, sobre todo en sus conciertos. Sea acompañándolo en sus canciones, cruzando los cielos para verlo desde cualquier zona de la isla o el mundo, y en el caso de Zahiri López, elaborar una colorida pancarta que, más que un simple detalle, demostró su admiración insuperable por la música del artista.
Desde un principio, López elaboró la pancarta con la idea de que tuviera la forma de la bandera de Puerto Rico con algunos símbolos autóctonos. En medio del proceso creativo se le se le ocurrió una idea llena de creatividad y orgullo patrio.
“Yo comencé con otra idea”, aclaró. “Quería decorar las franjas rojas con flores de maga y en el medio de la estrella un coquí, pero se me ocurrió la idea de decorarlo con todo tipo de cosas de Puerto Rico que resalten nuestra identidad. Este sería el resultado final”, continuó.
El cartel llevaba pegado tanto un machete como una foto de una lata de las galletas Florecitas modificada en una caja de materiales de cocer, tal y como hacían las abuelas. Otros detalles notables fueron un carrito de piragua, los tres reyes magos, dos guantes de boxeo, una representación de un yucayeque taíno con figuras de los indígenas y tres bohíos, la cámara análoga y la imágen del disco más reciente de Bad Bunny, “Debí Tirar Más Fotos” (DTMF).
Desafortunadamente, la pancarta no fue permitida por el control de seguridad del estadio, un golpe al corazón de la fanática. Esto, sin embargo, no fue impedimento para que López, quién consiguió una entrada en arena gracias a sus amistades, disfrutara el espectáculo.
“Me dijeron ahí en la entrada que no podía entrarlo porque es muy grande”, explicó López. “Pero nada me va a parar, ahora voy para casa, lo guardo y vuelvo rapidito al concierto”, puntualizó.
Curiosamente, muchos de los presentes ni siquiera tenían entradas para el concierto, sino que simplemente se dieron la vuelta para visitar los kioskos, estaciones y diferentes experiencias.
Entre estos, se encontraban Tere Tió e Iris Muñiz, una pareja mayor de 70 años que no se perdió el “jangueo” que se formó desde las 4:00 p.m. La antesala resaltó el significado histórico de la residencia y la curiosidad por lo que el ambiente tenía para ofrecer. Ellas son otro ejemplo que refleja el poder intergeneracional de la música de Bad Bunny.
“Nosotras no nos perdemos ni una”, dijo Muñiz. “No tenemos taquilla, pero igualmente quisimos decir presente para que después no nos cuenten. Y qué mejor que en la primera noche”.
Ambas, con sus abanicos portátiles en los cuellos y pavas mal dobladas en las cabezas, disfrutaron al máximo de las experiencias para el público. Aprendieron sobre la raza en riesgo de extinción del sapo concho en una estación educativa, se tiraron unos pasos con la variedad musical que retumbaba por cada esquina y probaron algunos de los tragos que llevaban nombres de canciones del cantante vegabajeño.
Estas historias representan solo una fracción de las cientos de miles que de seguro se contarán por las próximas 29 noches de la residencia. La producción, no solo sienta un hito en la carrera de Bad Bunny, también marca un antes y un después en la contemporaneidad puertorriqueña.
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