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Pepinianos abrazan sus raíces desde cualquier rincón

Familia Ramírez Medina cuenta su historia desde la diáspora y cómo la distancia no ha sido impedimento para vivir su puertorriqueñidad

21 de abril de 2024 - 11:10 PM

Jorge Ramírez, padre, posa junto a su esposa Camelia Medina y su hijo Jorge. (Xavier Garcia)

Jorge Luis Ramírez Serrano emigró con su familia al estado de Nueva York a mediados de la década del 50, igual que miles de puertorriqueños que dejaron su patria con la esperanza de hallar nuevas oportunidades.

El pepiniano tenía ocho años cuando se topó con una ciudad abismalmente distinta al entorno en el que creció, en San Sebastián de las Vegas del Pepino, a donde los árboles parecían tocar el firmamento y, el trinar de las aves se convertía en su apacible despertador.

Sin embargo, ‘la gran manzana’ estaba revestida de rascacielos “por las cuatro esquinas, con aceras y calles grandes, y la transportación era en tren”.

“Pero me gustaba más lo de acá que lo de allá. Siempre me ha gustado más la tranquilidad de Pepino”, confesó Ramírez Serrano de 77 años.

Fue en 1955 “cuando nos fuimos todos; éramos cinco (tres hermanos y sus padres), pero uno se quedó acá porque estaba estudiando en Mayagüez”.

“Nosotros fuimos a vivir a Brooklyn a casa de un familiar que llevaba tres años en Nueva York. Había personas conocidas de mi papá y un compadre que tenía una bodega en el Bronx. Como era niño, el choque no fue tan grande”, relató el hijo de Agustín Ramírez y Margarita Serrano.

“Yo tuve dificultad con el idioma en tercer grado cuando llegué allá. Pero en menos de un año ya sabía el idioma, porque en cuarto grado yo hablaba normal con la maestra y los demás estudiantes en el idioma inglés. En eso me adapté bastante rápido”, afirmó.

Así las cosas, Jorge Luis y su familia fueron integrándose a su nueva realidad, mientras hacían lo imposible para mantenerse cerca de su patria, honrando su cultura y tradiciones.

“Mi papá estaba activo en la comunidad, en el Club Cívico Ángel Mislán. A los 16 años, me recuerdo ir al Bronx a casa de un compadre que tenía la bodega, era al lado del teatro puertorriqueño en la (calle) 138 en el Bronx y el ‘jibarito de Lares’, (Odilio González), era el artista que se presentaba ese día. Los puertorriqueños llenaban el teatro”, contó el hombre quien completó una maestría en gerencia industrial.

“Había una marqueta y eso era enorme; ahí la comunidad (puertorriqueña) empezó a montar kioscos y llevaban productos de la isla. En Navidad, mi mamá compraba los guineos, hacía pasteles y usaba el papel de celofán para envolverlos porque no se conseguían las hojas, pero había pasteles y había pernil. Se conseguían hasta morcillas”, mencionó.

No obstante, un inesperado suceso hizo que esta familia regresara a Puerto Rico, luego de 13 años viviendo en suelo estadounidense.

“Todo pasó porque mi papá tenía una propiedad en San Sebastián, vino a hacerle unos arreglos, le dio un infarto y murió. En ese tiempo, yo estaba en el servicio militar porque era obligatorio. Yo estaba en Fort Jackson (Carolina del Sur) y ahí me notifican del incidente y regresamos a vivir de nuevo a Pepino”, sostuvo.

De esa manera, Jorge Luis retomó su vida en San Sebastián y se matriculó en la Universidad Interamericana, a donde conoció a Camelia Medina Méndez a quien convirtió en su esposa hace 51 años. Del matrimonio nacieron tres hijos: Jorge, Ingrid y Agustín, y tienen cinco nietos.

Precisamente, ya con sus retoños criados y convertidos en profesionales, don Jorge y Camelia experimentan el dilema de la separación familiar, ya que su hijo Agustín, parece repetir la historia de su progenitor al emigrar al estado de Indiana desde hace unos años.

Aunque la nostalgia es el sentimiento que comparten los que se van de Puerto Rico, Ramírez reconoce que la situación de su hijo es distinta.

“Mi hijo está viviendo esa historia, pero un poco diferente. Sin embargo, él no se fue por obligación sino para aprovechar nuevas oportunidades laborales. Yo me fui en una época en que la ciudad de Nueva York recibió a todas esas personas (migración masiva de los años 50)”, asintió.

“Me acuerdo de que en esos 13 años que estuve, la comunidad puertorriqueña estuvo todo el tiempo tratando de integrarse a la comunidad en general. Ahora él se fue y ya tenía donde vivir. No fue como la comunidad de nosotros que llegaba sin nada y había que buscar apartamento, muchas veces a vivir con un familiar”, expuso.

Por eso, su experiencia siendo parte de la diáspora se convierte en un faro para alumbrar la estancia de su retoño en tierra lejana.

Así lo valida Jorge, su hijo mayor, quien preside la Asociación Hecho en Puerto Rico, al relatar que en la época que emigró su padre, “los puertorriqueños se iban con lo que tenían porque no había nada más y había una necesidad”.

“Mi hermano está allá, y papi sabe que está pasando algo positivo en él porque así lo vivió. Ahora tenemos internet y mi hermano pudo explorar todo antes de irse. Antes no había internet, el correo era manuscrito y te ibas y, probablemente, nunca habías visto un rascacielos. Fueron otras circunstancias que ahora, con otras herramientas como la educación y con el hambre de superarnos, pues llegamos de otra manera”, recalcó.

Una de las maneras de abrazar su puertorriqueñidad, estando lejos, es a través de los productos típicos y según doña Camelia, “procuro mantenerlo cerca con productos como el café, dulces típicos y alguna sazón”.

“Creo que el Junte Boricua ayuda a alimentar esa esperanza y le da tranquilidad. Todas esas actividades de juntarnos los boricuas nuevamente, no solamente nos crea la esperanza, sino que nos da la fortaleza y nos promueve a ser mejores personas. Hay unos que decidieron que Puerto Rico siempre estará en su corazón, pero su hogar está en otro lugar”, concluyó Ramírez, hijo.

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