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Es hijo de un famoso presentador, renunció a una vida de lujo y ahora vive como hippie: “Entendí mi propósito”

El joven tiene 31 años y cuenta cómo ha sido su experiencia

27 de julio de 2025 - 10:30 AM

Jerónimo Weich es hijo del reconocido conductor argentino Julián Weich y de Valeria Wainer. (Captura de pantalla/La Nación GDA)

Jerónimo Weich es hijo de reconocido conductor Julián Weich y de Valeria Wainer. Creció en una familia numerosa junto a su hermana mayor, Iara, su hermano Tadeo y el menor, Tomás. Pero lejos de seguir los pasos mediáticos de su padre, eligió un camino muy distinto: dejó su equipo de rugby en el Liceo Naval Militar y sus estudios de cine para lanzarsea una vida nómada, mochilera, austera y sustentable que lo llevó a recorrer América Latina y a sobrevivir con malabares en las calles.

“Vivía en la ciudad, trabajaba, estudiaba, jugaba al rugby, tenía amigos. Tenía una vida normal y era feliz con eso, porque tampoco es que estaba deprimido o con crisis existenciales. Era feliz, pero en algún punto algo de todo eso todavía no me terminaba de cerrar. Algo dentro mío me llamaba que había algo más. Y ese fue el primer clic", contó en diálogo con LA NACION.

A los 18 años decidió viajar a Córdoba con uno de sus mejores amigos —compañero de escuela y de equipo— para luego continuar la travesía por Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá y Costa Rica, entre otros países. “No sabía realmente lo que buscaba, sino que buscaba algo más, había algo que no me terminaba de cerrar en la ciudad. Y a partir de eso empecé a salir a caminar el mundo”, expresó.

Esa búsqueda lo llevó a viajar por gran parte de Latinoamérica, a vivir con lo que llevaba puesto, a trabajar para comer día a día y a conocer a un montón de personas y de culturas. “Me llevó a abrir la cabeza. A salir de mi burbuja social de Buenos Aires, de capital. Y ese cambiar de punto de vista me llevó a mi despertar más espiritual. A encontrarme cada vez más conmigo mismo", reveló.

Intentó despojarse de lo material, de la vida que llevaba para conocer más el mundo y encontrarse consigo mismo. Aprendió a hacer malabares con pelotas, clavas y hasta fuego. También vendió pulseras, artesanías y comida que él mismo preparaba. “Literalmente dormía en la calle, viajaba, subsistía con lo que había”, aseguró.

“Creo que fue desde el lado de soltar todos los privilegios con los que nací, por ser el hijo de mi padre, por ser hombre y ser blanco. Reconocer eso y soltarlo. Porque todo eso nos encierra en una burbuja. Al principio no sabía qué me pasaba, en la ciudad no tenía esta claridad que tengo ahora", reconoció desde su casa en Córdoba, donde actualmente vive.

El viaje le permitió reflexionar sobre las profundas desigualdades que existen en el mundo. Le impactó ver “cómo algunas personas tienen tanto, mientras que otras apenas tienen lo mínimo”. La experiencia de vivir el día a día lo conectó con otras personas desde un lugar más humano e igualitario y lo ayudó a transitar un camino de humildad y empatía.

“A diferencia de lo que la mayoría cree, el no tener plata viajando te libera más. Yo iba generándola en el día a día, entonces tenía la libertad de que si me gustaba un lugar, me quedaba”, explicó. Así fue que conectó cada vez más con la cultura de los países y su gente. “En todos lados me recibían de brazos abiertos porque cuando uno viaja dando, dando arte, buena energía y recibe eso. Y es hermoso", manifestó.

Sin embargo, en medio de su viaje, cuando estaba recorriendo Costa Rica, recibió un llamado muy especial: el de su papá. Había pasado un año y medio desde que se había ido. “Él estaba preocupado por mí, esto yo me enteré después. Me dijo: ‘¿Por qué no te venís? Te saco pasaje ida y vuelta’. Para no joderlo le dije: ‘Bueno, dale, voy’“, contó.

El viaje le permitió reflexionar sobre las profundas desigualdades que existen en el mundo. Le impactó ver “cómo algunas personas tienen tanto, mientras que otras apenas tienen lo mínimo”. La experiencia de vivir el día a día lo conectó con otras personas desde un lugar más humano e igualitario y lo ayudó a transitar un camino de humildad y empatía.

“A diferencia de lo que la mayoría cree, el no tener plata viajando te libera más. Yo iba generándola en el día a día, entonces tenía la libertad de que si me gustaba un lugar, me quedaba”, explicó. Así fue que conectó cada vez más con la cultura de los países y su gente. “En todos lados me recibían de brazos abiertos porque cuando uno viaja dando, dando arte, buena energía y recibe eso. Y es hermoso", manifestó.

Sin embargo, en medio de su viaje, cuando estaba recorriendo Costa Rica, recibió un llamado muy especial: el de su papá. Había pasado un año y medio desde que se había ido. “Él estaba preocupado por mí, esto yo me enteré después. Me dijo: ‘¿Por qué no te venís? Te saco pasaje ida y vuelta’. Para no joderlo le dije: ‘Bueno, dale, voy’“, contó.

Pasaron casi dos años en los que siguió su rumbo por Centroamérica. Conoció Panamá, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y México. En Panamá, Jerónimo recibió la visita de su padre y fue ahí que vivieron diez días juntos en la calle. El también actor se fue solo con una mochila a disfrutar tiempo con su hijo y descubrir cómo era la vida que llevaba. Mientras él hacía malabares, Julián pasaba la gorra. “Es que él disfruta de esa libertad cuando no lo conoce nadie. Estuvo hermoso, fue una oportunidad increíble“, rememoró al respecto.

“Cuando él bajó del avión, lo estaba esperando en el aeropuerto y, apenas me vio, ya me reconoció como un hombre y no como un niño”, agregó sobre aquel reencuentro. Incluso aseguró que esa experiencia a Julián Weich “le abrió mucho la cabeza”.

En aquel entonces, el joven dormía en el techo de un hostel, al lado de una pileta porque le cobraban más barato. Le ofreció a su papá alquilar un cuarto, pero este se negó y le respondió: “Vengo a adaptarme”. “Entonces fue fluyendo el viaje así en conjunto y estuvo buenísimo porque él pudo ver cómo vivía y pudo entender lo que hacía. Fue una muy linda experiencia”, admitió.

Tanto Jerónimo como Julián realizaron su propio proceso interno. A Jerónimo lo atrajo especialmente la naturaleza, el cuidado del medioambiente y la vida en comunidad, mientras que Julián se sintió más vinculado con la solidaridad, la toma de conciencia y causas como las que impulsa desde UNICEF. Ambos comparten una vocación social, aunque cada uno la expresa en un ámbito diferente. “Cada quien en su mundo, en lo suyo, pero siguiendo el corazón y haciendo el bien de alguna manera. Fue así”, reflexionó el joven.

Con toda esa experiencia, Jerónimo se dio cuenta de que no necesitaba tanto para vivir y que cada vez estaba más conectado con la naturaleza, por lo que redescubrió la manera en la que quería seguir: “Después de toda esa sanación y esa apertura,empecé a entender mi propósito en esta vida y eso me acercó al mundo de las comunidades.Entendí que la vida tenía que ser en comunidad y que hacia eso vamos”.

Hace tres años tomó la decisión de regresar a Argentina y de instalarse en el Valle de Traslasierra, en Córdoba, con su novia y sus dos gatos en una casa que ellos mismos construyeron con la técnica de la bioconstrucción. Esta es una filosofía de construcción sostenible que prioriza el uso de materiales naturales, el aprovechamiento de recursos locales y la eficiencia energética; además, promueve espacios sanos para quienes los habitan y para el planeta.

Se basa en la utilización de materiales naturales o reciclados como adobe, tierra cruda, paja, madera, bambú, piedra, cal o barro, y busca siempre reducir la huella ecológica. Su diseño bioclimático favorece la eficiencia energética mediante el aprovechamiento del sol, la ventilación cruzada y un buen aislamiento térmico. A su vez, esta técnica fomenta el manejo sustentable del agua —mediante la captación de lluvia y el tratamiento de aguas grises—, la integración armónica con el entorno natural y la creación de ambientes saludables, libres de químicos tóxicos y con buena calidad del aire interior.

El paradigma que habito no es la sustentabilidad, sino es la regeneración, que es un paso más porque ya no alcanza con solamente ser sustentable. Necesitamos colaborar con la naturaleza para agilizar los procesos y eso es a lo que me dedico hoy en día”, explicó.

Además, forma parte del Consejo de Asentamientos Sustentables de América Latina (CASA), una red que integra movimientos, proyectos y agentes de cambio que practican y promueven una vida humana en armonía con la tierra a través de todo el continente.

Jerónimo también está conectado con Global Ecovillage Network (GEN), una red de ecoaldeas a nivel mundial, con más de 30 años. Allí se encuentran ciudadanos y comunidades empoderas, que diseñan e implementan sus propios caminos hacia un futuro sustentable y construyen puentes de esperanza y solidaridad internacional.

En su caso, aprendió a construir casas con esta filosofía a partir de talleres y “mingas”. “Son encuentros comunitarios que se hacen entre los vecinos y los conocidos para darnos una mano construyéndonos las casas. Uno convoca, hace una comida y toda la comunidad que quiere se acerca a a colaborar. Es un un concepto superantiguo y y hermoso”, precisó.

“Porque eso es lo lindo también de la bioconstrucción, tiene esa onda comunitaria y pueden venir niños a embarrarse las manos y es espectacular”, sumó. Es que la bioconstrucción se enmarca dentro de la permacultura, un sistema de diseño que busca crear entornos humanos sostenibles, inspirándose en los principios de la naturaleza. Integra prácticas de agricultura, arquitectura, manejo del agua, energía y organización social para lograr una forma de vida más armónica, resiliente y regenerativa, como pregona él.

De cara al futuro, Jerónimo Weich y su novia tienen un proyecto más ambicioso: construir dentro de su predio unos domos de barro tipo dormis, una cocina comunitaria, un quincho y baños para poder recibir a personas y poder organizar talleres y encuentros. “Sería una comunidad de aprendizaje, una mezcla de una escuela de oficios donde la gente pueda venir a trabajar oficios de manera permacultural e interconectada entre sí“, anunció con entusiasmo.

Y concluyó: “Queremos hacer un santuario del agua porque vivimos en un lugar dentro de un clima seco y se puede aprovechar mucho más. Generar un paisaje regenerativo, abundante, con alimento y producción agroecológica, campesina y familiar. Es bastante labor, así que hacia allá vamos”.

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