:format(jpeg)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/gfrmedia/YWNT5CFSDBFBJCWXQPKPQFEDMA.jpg)
Miami - En el Aeropuerto Internacional de Miami apenas se observan taxis. Son las 2:00 p.m. y los carros van y vienen. Los recién llegados a la Ciudad del Sol atienden más sus celulares que sus maletas.
De pronto, decenas de viajeros levantan la mano en señal de pare y se suben a distintos autos sin identificación.
Es popular en esta zona eso de utilizar transportación de Uber.
Viajo junto a una colega como parte de unos adiestramientos. Ella, millennial al fin, no puede creer que yo nunca haya usado esa "mágica" aplicación. Dejo que me guíe.
Con solo tocar el ícono, indicar la ubicación y dónde queremos ir, la aplicación nos avisa que un auto está en camino.
Está llegando.
En solo tres minutos se detiene un Nissan Altima color negro. En nuestra conversación salta la palabra "exacto" y el conductor identifica nuestra procedencia.
"Ustedes son boricuas ¿ah?".
¡Cómo un cubano no iba a identificar a un par de puertorriqueñas!
El viaje está en curso.
Este hijo de la vecina isla caribeña, llamado Lester, trabaja desde hace dos meses de 2:00 p.m. a 8:30 p.m. En un turno de seis horas, obtiene "entre $110 y $120 limpios al día". Opta por este trabajo porque puede generar dinero fácilmente en lo que aparece un trabajo más estable, confiesa mientras llegamos al hotel.
Un mensaje electrónico tan pronto bajamos del auto nos avisa que llegamos a nuestro destino. Es la factura con el monto que se debita automáticamente de la tarjeta de crédito ingresada al descargar la aplicación.
Dejamos las maletas y decidimos salir a comer. No tuve tiempo de buscar un taxi ni con la mirada, ya que mi colega estaba pidiendo otro Uber.
Pese a mi suspicacia ante la misteriosa aventura de montarse con un desconocido cuyo carro ni siquiera exhibe un rótulo de identificación, durante los tres minutos de espera decido curiosear sobre la aplicación. Para mi sorpresa no solo informa el status constante del auto, sino que ofrece el nombre del chofer, el vehículo que se supone aborde y una foto para que no te montes con cualquier extraño. Hasta te llaman en caso de que no te vean cerca de la ubicación marcada.
Llega Steven en un Honda Civic. Es un americano que se dedica a la venta de seguros de manera independiente. Como no tiene hijos prefiere dedicar su tiempo libre a trabajar en Uber. A sus cincuenta y pico de años le gusta este trabajo porque conoce muchas personas, además de que obtiene "por 20 horas a la semana como $270. Escucho miles de historias y he ganado $1,400 en seis meses".
"Have a nice day", menciona mientras califico la experiencia -que puede ser desde terrible hasta excelente- en la aplicación.
Al otro día descubro que -al igual que sucede conlos taxistas- no todos los choferes son simpáticos. Nos topamos con otro cubano a bordo de una guagua Nissan Pathfinder color negra. Todo lo que supe de ese viaje es que fácilmente puede ser el doble de Pitbull por sus grandes gafas oscuras, cabeza rapada y una chaqueta poco habitual en esta calurosa ciudad. Luego nos recogió un latino con rasgos mexicanos en una Nissan Rogue llamado Edward, cuyo nombre me enteré por la aplicación, ya que ni siquiera dice "Hi".
Luego de un largo recorrido, explorando a pie el Lincoln Road, solicitamos transporte. Nivaldo se estaciona en un lujoso Lexus del año. Otro hijo de Cuba adoptado por la nación americana hace 18 años. Un conversador chofer que recién se estrena en este negocio. "Llevo 3 días, trabajo 8 horas y he hecho 40 viajes".
Para ser conductor de Uber el vehículo debe estar en buenas condiciones y ser del 2006 en adelante. Algo que confirmé durante mi trayecto con esta aplicación que -con cada uso- se hacía menos extraña y más amigable.
El récord del transportista debe ser intachable o no es reclutado. No hay hora de entrada ni de salida. Cada conductor es su propio jefe. Decide cuándo empieza y cuándo termina, cuándo almuerza, cuando se detiene por un café, cuándo sonríe, cuándo conversa, si recomienda lugares o se abstiene de comentarios.
El celular que le avisa de algún cliente siempre está al alcance de su vista. Tienen un accesorio que sostiene el "smartphone" y marca la ruta hacia el destino solicitado. Unos escuchan las direcciones; otros solo las miran y transitan. Desconocen cuánto se cobra, pues es una transacción electrónica entre el cliente y la empresa. Ellos solo son el medio. Al final del día conocen el total de viajes realizados. La empresa se queda con el 20%; ellos con el 80%.
Los pasajeros no esperan más de tres o cuatro minutos. Siempre se ubican en el asiento trasero. Según Nivaldo "si en Puerto Rico ponen Uber, que lo deben hacer, los boricuas se sentarán al frente porque los conozco. Pero aquí no por seguridad", sostiene el hombre de grandes gafas oscuras que prefiere un turno de 12:00 p.m. a 3:00 a.m.
Es inevitable seguir indagando. El servicio se estrena pronto (hoy) en Puerto Rico en medio de controversias, manifestaciones y amenazas de multas.
"¿Que si me gusta? Sí, y recomiendo que la gente lo haga pero solo espero estar tres semanas en esto" pues tiene otros planes para su vida, culmina, antes de desearnos una linda tarde mientras entrábamos a un restaurante para cenar.
No queríamos despedirnos de Miami sin visitar uno de los distintivos de la ciudad: el histórico barrio de Wyndwood. Y, esta vez, soy yo la que agarro instintivamente el celular para presionar el botón que nos presenta a Héctor.
Con 11 años en Miami, este autodenominado "dominicanyork"nos recibe amablemente en una Toyota Sienna. Es un arquitecto retirado al que no le gusta trabajar en Uber pero le atrae desde hace un año "porque es fácil, una distracción. Porque soy mi propio jefe y nadie se mete conmigo". No titubea al asegurar que es una manera ideal de "hacer contactos" aunque muchas veces siente menosprecio.
"La gente se cree que porque uno esté en Uber guiando no tiene profesión o educación. No señor. Yo tengo negocios en Nueva York y a la gente hay que tratarla con respeto". Con cautela confiesa que sus peores experiencias han sido con mujeres. Nos acercamos a nuestro destino mientras nos cuenta que una joven rusa pretendía que le abriera la puerta como si fuera su chofer, mientras una universitaria norteamericana le exigía que cambiara la estación de radio.
Culmina el viaje.
Dan las 10:30 p.m. en las calles miamenses y debemos regresar al hotel. Sin embargo, la conexión de internet impide que logremos acceder la aplicación. Intenté en varias ocasiones pues de la noche a la mañana ya era una fiel seguidora. Con solo abrir la aplicación, esperar par de segundos y luego minutos, mi transporte estaba frente a mí. Pero esa noche falló. Caminamos varias cuadras. Mi compañera empieza a experimentar "síndrome de la ausencia de Uber". ¿El remedio? Un taxista no muy cuerdo que nos zarandea de lado a lado con cada viraje. Además del susto pagamos el doble por el mismo tramo. "¿Por qué no estaba Uber?". Nos quejamos en secreto.
Curiosamente, hasta ese momento todos los choferes son varones. Hasta que aparece esta señora despeinada en un brillante Fiat rojo con olor a nuevo y una servilleta con una U mayúscula en el cristal delantero. Una conductora algo despistada que pelea en inglés y en español con las direcciones a seguir pero nos lleva diligentemente a nuestro destino. Es secretaria a medio tiempo y se dedica a Uber de viernes a domingo desde hace mes y medio para costear su precioso auto estándar. "Hago de 100 a 150 dólares. Me gusta porque no estoy forzada".
De regreso al aeropuerto, a punto de culminar el viaje en Miami, abordamos un Lexus IS Class de una cubana de apenas 29 años con muchos sueños por cumplir, por lo que espera dejar de conducir para Uber en unas tres semanas. "Ayer gané $200 de 8:00 a.m. a 5:00 p.m.". Solo lleva mes y medio como conductora y en horario diurno "pues las noches se hicieron para dormir".
En fin, que cerca de 15 viajes con extraños durante cinco días en una ciudad que pisaba por primera vez bastaron para convencerme de las ventajas que podría tener contar con este controversial servicio en Puerto Rico.