

16 de agosto de 2019 - 5:09 PM
En una tienda de tatuajes en San Antonio, Texas, Jacob Ramírez, sin pensarlo demasiado, decidió hace unos años marcarse en forma permanente sus dos antebrazos. Una calavera con una colorida corona de plumas, el nombre de su madre en una elaborada caligrafía y la imagen de una brújula que marca el norte quedaron impregnados para siempre en el cuerpo del joven de 22 años, quien llegó a Estados Unidos cuando era tan solo un bebé. Lo que Ramírez no sabía entonces, es que esas inofensivas manchas de tinta podrían convertirse en una pesadilla en el futuro.
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