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Por primera vez, no sé cómo empezar esta columna. No sé por dónde cogerla. Me siento tan desbordada por los argumentos, la batalla sorda, el tiempo que se nos echa encima, y hasta por mi propia suspicacia, que me hace pensar que alguien se guarda un naipe debajo de la manga, que no entiendo cómo los demás pueden quedarse indiferentes. Pero en fin, la indiferencia es a veces un escudo que nos regala la mente. Ya lo dijo el poeta Miguel Hernández en sus Nanas de la Cebolla, “no sepas lo que pasa, ni lo que ocurre”.
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