

Tuve un gran amigo que fue el amante adolescente del insigne músico Ernesto Lecuona, a quien adoró toda la vida, y con el que mantuvo correspondencia hasta la muerte del compositor, acaecida en España hace sesenta años. Mi amigo también murió hace mucho, ya viejito, pero hablábamos a menudo y lo echo de menos. Recuerdo vívidamente que, como yo era mucho más joven y aún algo ingenua, al contarle ciertas historias y él notar que me escandalizaba, generalmente sonreía sarcástico y decía: “Está bien”. Eso significaba muchas cosas, pero sobre todo que no había motivo para tanto asombro, que la vida era de esa manera, y que todo iría cayendo en el espacio y el tiempo.
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