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Pongámonos en lo peor. Aceptemos que las vacunas contienen sustancias que nos van a alterar el ADN y nos convertirán en esclavos de otros virus y otras inoculaciones, quizá hasta el punto de que, dentro de unos años, haya que levantarse por las mañanas y darse un pinchazo antes de salir a la calle.
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