A dos semanas de la conclusión de la histórica serie de conciertos denominados No me quiero ir de aquí, protagonizada por el artista vegabajeño conocido como Bad Bunny, es preciso reflexionar en la enorme cantidad de beneficios, económicos y de muchas otras índoles, que este espectáculo sin precedentes le produjo a la sociedad puertorriqueña.
Los estimados del impacto del evento en la economía no son insignificantes.
La empresa de mercado Gauthier estimó, por ejemplo, que los 31 conciertos produjeron un impacto de $713 millones en nuestra economía. Un estudio comisionado por el municipio de San Juan, mientras, estimó en $379 millones lo que representó el evento en la capital.
Otros estudios también fijan en cientos de millones el impacto económico de la residencia, mientras que hay análisis que apuntan a que virtualmente todos los sectores de la economía, como el turismo, la gastronomía, hoteles, hospedajes, alquileres a corto plazo, transporte y mucho más, también participaron de la bonanza. Se ha estimado que el 45% de las cerca de 600,000 personas que vieron el espectáculo vinieron de afuera, lo cual significaría que casi 300,000 personas visitaron Puerto Rico durante los pasados tres meses atraídos por la figura de Bad Bunny.
En un país como el nuestro, que lleva dos décadas de contracción económica, cuyo moderado avance de los últimos años se debe básicamente a la circulación de dinero producto de desastres naturales, por supuesto que los impactos que se estima tuvo la residencia de Bad Bunny son muy importantes.
Pero la residencia tuvo también otros efectos que no se pueden soslayar. Bad Bunny, cuyo nombre de pila es Benito Antonio Martínez Ocasio, es, a los 31 años, el artista musical más popular del mundo en este momento. Pero antes de irse por el planeta a complacer a los millones de fanáticos que tiene en todo el globo, decidió darle a su tierra, de la que nunca quiere despegarse, el evento artístico más importante que ha habido aquí en décadas.
Bad Bunny, que no se ha desentendido de los problemas de Puerto Rico, ha convertido su denuncia en parte esencialísima de su propuesta artística. Puso a su fanaticada a mirar de vuelta a Puerto Rico y a interesarse por sus orígenes, tradiciones y, por supuesto, desafíos. Los 31 conciertos totalmente llenos fueron una larga y emotiva oda al Puerto Rico del Siglo XXI, partiendo, por supuesto, del origen.
Como consecuencia de esto, mucho del planeta ha estado durante los pasados tres meses mirando a Puerto Rico, sobre todo el 20 de septiembre, cuando 11 millones en el mundo -lo cual constituyó un récord- se conectaron a las plataformas digitales Amazon y Twitch para la transmisión en directo del último de los 31 conciertos. Hablando de Puerto Rico, dicho sea de paso, de manera positiva, lo cual no ha sido siempre el caso durante los últimos años.
Desde la primera mitad del siglo pasado, cuando músicos como Rafael Hernández y Daniel Santos comenzaron a alcanzar fama internacional, los artistas puertorriqueños, de prácticamente todos los géneros, han sido joyas de un gran tesoro representando con dignidad y orgullo toda nuestra esencia ante el mundo. Bad Bunny, la más reciente de esas alhajas, ha aprovechado su momento de mayor auge para llamar la atención sobre Puerto Rico y sus problemas y para poner su enorme arraigo a nuestro servicio. Anoche encabezó la presentación de Saturday Night Live, uno de los programas de mayor audiencia de la televisión americana, y se prepara, en medio de inmerecidas críticas, para protagonizar el espectáculo de medio tiempo del Super Bowl, que anualmente acapara millones de espectadores a nivel global.
Todo eso lo hace digno de una enérgica ovación.