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El asedio a la libertad de expresión

28 de septiembre de 2025 - 11:10 PM

“La democracia muere en la oscuridad”. Esta mítica frase reaparece ahora en la escena dominada por el presidente Donald Trump, como nubarrones que ponen a prueba la libertad de expresión. No por mera casualidad, se trata de la primera garantía consagrada en la Constitución de Estados Unidos, ratificada en 1791 dentro de la Carta de Derechos impulsada por James Madison.

Esa expresión, sin embargo, nació en otro momento. Fue en 2017, bajo el mandato del legendario director Marty Baron, cuando The Washington Post decidió inscribirla bajo su cabecera como respuesta al asedio de la primera administración de Trump contra la prensa independiente. En aquel entonces, el lema se transformó en una exclamación de resistencia frente al poder y una alerta para advertir que la oscuridad es el mayor catalizador de la censura.

Hoy, con Trump nuevamente en la Casa Blanca, el lema recupera vigencia. El presidente ha multiplicado sus embestidas contra grandes medios —que incluyen demandas millonarias y presiones regulatorias— en un clima donde varias cadenas negocian fusiones sujetas a la venia de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés). Cuando el poder político utiliza a un organismo federal para intimidar o condicionar a emisoras que dependen de licencias y aprobaciones, el debate público queda a merced de la ley del miedo.

Este mes, Trump demandó al New York Times y a Penguin Random House por $15,000 millones; el caso fue desestimado en primera instancia por defectos formales y por una redacción panfletaria, lejos del rigor legal. La amenaza sigue en pie, pues la demanda podría reactivarse. Antes había demandado a The Washington Post (2020) y a CNN (2022), también sin éxito. Mientras, ha doblegado a gigantescas compañías como ABC News (Disney) y CBS/Paramount, que han debido pagar acuerdos millonarios para zanjar litigios.

El humor político tampoco se ha librado del hostigamiento. Jimmy Kimmel fue suspendido seis días, y su retorno marcó el mayor rating en una década. Stephen Colbert ha sido objeto de amenazas públicas desde la FCC. El mensaje no admite interpretaciones: la sátira política, una forma legítima de crítica en democracia, es vista por Trump como una insolencia que merece castigo.

Y, como si esto no bastara, el Pentágono dispuso restricciones de acceso a periodistas, imponiendo nuevas condiciones que organizaciones de prensa denunciaron como mordazas incompatibles con la Primera Enmienda.

Lo paradójico es que Trump reniega de Cuba, Corea del Norte, Venezuela o China, todos regímenes autoritarios que sofocan la disidencia y encarcelan a periodistas. Pero en su propia casa dispara demandas odiosas, amenaza con cancelar licencias y endurece el acceso a la información. El humor de un late show, por muy ácido e irónico que sea, puede incomodar; pero acallarlo lo equipara con esos regímenes distantes y ajenos a la tradición democrática estadounidense.

Hay un contraste en este panorama que resulta, al menos, injusto. Un canal conservador abiertamente partidario de Trump no fue acallado y siguió al aire bajo la administración del expresidente Joe Biden, sin sufrir advertencias ni amenazas que pusieran en entredicho su licencia. La fortaleza de la democracia no consiste en silenciar al adversario, sino en preservar un sistema mediático libre de la acción punitiva del gobierno de turno.

La defensa de la prensa tampoco es ajena a Puerto Rico. La Constitución del Estado Libre Asociado, en su Artículo II, Sección 4, reconoce expresamente la libertad de palabra y de prensa. Sin embargo, no han faltado intentos de silenciar voces incómodas: gobiernos incumbentes han presionado a medios retirando arbitrariamente la publicidad oficial, como ocurrió con El Nuevo Día. Esa práctica es censura indirecta, porque manipula fondos públicos para erosionar la independencia periodística.

La democracia no se derrumba de golpe. Puede extinguirse en las penumbras. Allí donde el poder usa al Estado para castigar a quienes fiscalizan, la sociedad queda sofocada. Vale repetirlo, como advertencia y compromiso: la democracia muere en la oscuridad.

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