El vil asesinato de la adolescente Gabriela Nicole Pratts Rosario, muerta a puñaladas el pasado lunes en Aibonito, ha causado una enorme consternación en la sociedad puertorriqueña, que lucha por tratar de comprender lo que en realidad es incomprensible: ¿qué pudo haber animado a las personas que cometieron este horrendo acto a manifestar un desprecio tan profundo por la vida humana?
La violencia, a menudo extrema, es, trágicamente, parte de la vida cotidiana en Puerto Rico al menos desde la década de los 70 del siglo pasado. Decenas de miles de compatriotas, y ocasionalmente visitantes, han caído víctimas de esta marejada de sangre que lleva tanto tiempo ahogándonos. La gente, como resultado de la insufrible frecuencia con que ocurren estas desgracias, apenas se inmuta ya con las noticias de muertos encontrados aquí o allá.
El asesinato de Gabriela Nicole, no obstante, ha tocado una fibra en nuestra gente. Ha demostrado, si no otra cosa, que no hemos perdido la sensibilidad ante este problema. Corresponde, entonces, enfrentar el dolor, el espanto y la indignación y relacionarnos a este horrible suceso ejerciendo los más altos niveles de responsabilidad social y cívica.
A las autoridades, primero, le invitamos a conducir una pesquisa rápida, pero
minuciosa, que se asegure que los y las responsables de esta atrocidad respondan por sus actos. No conviene que, respondiendo a presiones públicas, ejercidas por un pueblo justamente indignado, realicen una pesquisa superficial más propia para calmar la opinión pública que para hacer justicia.
Dado que reportes iniciales apuntan a menores como posibles perpetradores de este crimen, urgimos a las autoridades a tomar en cuenta que a quienes no han alcanzado la mayoría de edad no se les puede exigir el mismo grado de responsabilidad penal que a adultos. Si fuera el caso que hay menores involucrados, invitamos a las autoridades a manejar el asunto tomando en cuenta que las posibilidades de los imputados juveniles de rehabilitarse y ser ciudadanos de bien en el futuro son mucho mayores que en adultos.
Igualmente, instamos a todos los ciudadanos a ejercer prudencia con las especulaciones y, sobre todo, a abstenerse de divulgar por redes sociales identidades y hasta fotos de personas cuya relación con este caso no ha sido de ninguna manera establecida. Lo que corresponde al público en este momento es acompañar a la familia de Gabriela Nicole en su inmenso dolor y darle espacio a las autoridades para que conduzcan la pesquisa que conteste las preguntas que todos tenemos.
La tarea más urgente, sin embargo, es una profunda y sincera reflexión acerca de a qué viene tanta violencia en nuestra sociedad, qué podemos hacer para evitarlo y cuáles actitudes propias pueden haber colaborado a este ambiente de crispación.
¿No somos, las más de las veces, “la tierra del ay bendito”, lo cual significa que somos un pueblo fundamentalmente solidario y compasivo? ¿Cómo pueden convivir en la misma sociedad el que lleva un plato de comida a un vecino desamparado, con personas capaces de cometer crímenes como el que se cometió contra Gabriela Nicole? ¿Qué se puede hacer, o decir, para que nuestra gente entienda que necesitamos vivir en paz los unos con los otros?
Esas y otras preguntas nos pueden ayudar a acercarnos al centro de estas dudas y respondernos acerca de si hemos normalizado la violencia y cómo podemos educar a las próximas generaciones acerca de la paz y la sana convivencia. Al gobierno lo urgimos a estar pendiente de todas estas señales y a tomar más en serio su responsabilidad de proveer ambientes saludables para la niñez, la cual le encargamos desde sus primeros años en escuelas públicas.
El asesinato de Gabriela Nicole nos ha sacudido, de una manera u otra, a todos. Convirtamos, entonces, la pena, la indignación, hasta el horror, por este incomprensible hecho, en un potente llamado de acción hacia una sociedad de paz y de solidaridad.