El tráfico de especies exóticas invasoras requiere una regulación urgente para frenar el descontrol que amenaza nuestra fauna autóctona y el rico ecosistema de Puerto Rico. Los hallazgos en zonas rurales han dejado de ser sorpresa, pues —como denuncian calificados expertos— se ha llegado al extremo de comercializarlas en tiendas de mascotas.
El biólogo Rafael Joglar ha documentado la proliferación de especies introducidas subrepticiamente en nuestro hábitat: pitones, boas, caimanes, iguanas, ranas cubanas, cerdos, venados y monos, entre otros. Una creciente demanda por animales foráneos ha degradado el mercado de mascotas exóticas, agravado además por la presencia de zoológicos particulares y colecciones privadas.
Lo ocurrido hace unas semanas con una pitón reticulada que devoró tres perros en Toa Alta generó una comprensible alarma. El vídeo que circuló en redes fue mucho más que una anécdota: es la señal visible de una crisis ecológica que avanza desde hace años y que, una vez más, toca la puerta de nuestros hogares. La introducción y liberación irresponsable de especies exóticas está alterando ecosistemas, amenazando fauna nativa y poniendo en riesgo a comunidades enteras. Es un problema que debe afrontarse con inteligencia y estrategia, lejos de medidas desordenadas o violentas que terminan siendo un pésimo remedio.
La pitón reticulada, nativa del sudeste asiático y considerada la serpiente más larga del mundo, puede superar los 20 pies de longitud y ejercer una constricción capaz de asfixiar animales grandes e incluso representar peligro para las personas. Es ovípara y puede poner hasta 80 huevos en una sola camada. Si llegara a establecerse en la isla, su control sería prácticamente imposible. Su aparición en Toa Alta y otros pueblos no es un accidente aislado: es una evidencia más de los riesgos del comercio ilegal de reptiles y de la liberación irresponsable de mascotas.
La boa constrictora —también no nativa— fue declarada establecida en 2013, con su mayor concentración en el oeste y suroeste (Mayagüez, Cabo Rojo y Sierra Bermeja) y reportes adicionales en municipios del norte y este. Una sola hembra puede producir decenas de crías al año. Compite con la boa puertorriqueña, cuya supervivencia se ve amenazada si —como ha ocurrido en algunos lugares— se inicia una matanza indiscriminada de serpientes. Este es un ejemplo concreto de cómo la ignorancia y la intervención humana pueden dañar un ecosistema ya amenazado.
Pero hay más. Entre las invasoras visibles, la iguana verde —conocida popularmente como gallina de palo— continúa proliferando. Otras especies operan con menos notoriedad: la mangosta india, introducida a fines del siglo XIX, se distribuye por toda la isla, depreda aves y reptiles nativos y es responsable de más del 70 % de los casos anuales de rabia animal. En el suroeste, en la zona de la Sierra Bermeja —entre Cabo Rojo y Lajas— persisten poblaciones asilvestradas de monos rhesus y patas, ocasionando daños a cultivos y riesgos sanitarios. En la Isla de Mona, desde los años 80 se combate el impacto de cabras, cerdos, gatos y roedores sobre especies endémicas. En el mar, el pez león devora peces juveniles que controlan las algas, reduciendo la biomasa y comprometiendo la salud de los arrecifes.
El profesor Joglar recuerda que “la prevención siempre es la mejor opción en el caso de las especies invasoras; una vez llegan, se establecen y se vuelven abundantes, es muy poco lo que se puede hacer”. Su advertencia resume lo que Puerto Rico aún no ha asumido: el problema no es solo biológico, sino también regulatorio y educativo. El país carece de un sistema de alerta temprana, protocolos de manejo y campañas de educación ambiental sostenidas. “Sin conocimiento y sin recursos, estamos condenados a reaccionar tarde”, ha insistido Joglar.
No basta con indignarnos ante los vídeos virales, es tiempo de actuar. Hay variadas formas para ponernos en acción: desde exigir control, no comprar especies exóticas y apoyar campañas de conservación. Si no lo entendemos ahora, mañana no habrá marcha atrás. La indiferencia puede ser más dañina que el comportamiento irresponsable de los traficantes de animales exóticos.

