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Tenemos que aprender a vivir en paz

20 de julio de 2025 - 1:00 AM

El vil asesinato del ambientalista Roberto Viqueira, a manos, según las autoridades, de un vecino con el que hace tiempo ha tenido disputas, ha puesto a nuestra sociedad, una vez más, ante el indecible horror de las consecuencias de recurrir a la violencia y a la intolerancia para resolver diferencias cotidianas.

Las seguidillas de casos como este realmente aturden. El hombre que mata a dos hermanos por una disputa vecinal en pleno tribunal cagüeño. La mujer que agrede a otra fémina a batazos y golpes, de día, en una vía pública. La joven que agredió a una enfermera, también en una vía pública, en San Sebastián. La fémina que insultó y agredió al gerente de un restaurante de comida rápida.

Incluso el caso del hombre acusado de asesinar al sujeto que presuntamente agredió a su hija, cuyas acciones fueron elogiadas por muchos, cae también entre los ejemplos de personas que recurrieron a la violencia, en este caso la más extrema inimaginable, para resolver una diferencia que debió ser atendida a través de los canales institucionales.

Se pueden llenar las páginas de muchos periódicos únicamente relatando instancias de estos triste acontecimientos. La gente las graba con sus celulares y las difunde por redes sociales. Muchos otros las comparten, las viralizan, las comentan. Algunos se divierten y las imitan. Es un sórdido espectáculo continuo de degradación y falta de civilidad que hace lucir muy mal a la sociedad puertorriqueña.

Nos preguntamos, como en aquella antigua campaña de promoción de valores, ¿qué nos pasa, Puerto Rico? ¿Qué nos está haciendo reaccionar, de manera tan destemplada, ante situaciones que tienen muchas otras maneras de resolverse? ¿Qué puede haber en la mente de una persona que, como dicen las autoridades que ocurrió con el asesino de Viqueira, en Yauco, vaciarle el revólver a un vecino por una simple disputa? ¿Dónde está nuestro carácter dócil, alegre, solidario, que hace que nos llamen “la tierra del ay bendito”?

Los casos más notorios son magnificados, claro está, por las redes sociales y por la morbosidad de todos los que, viéndolo, continúan propagándolo. No obstante, no es problema menor, ni algo que se pueda ignorar o dejar por la libre. El clima de crispación, producto en gran parte de las interminables dificultades que entraña la vida en Puerto Rico, necesita atención, tanto de las autoridades como de la sociedad.

No se puede soslayar el hecho, por ejemplo, de los dos casos de disputas vecinales citados - el del Tribunal de Caguas y el de Yauco- estaban ambos en las cortes. Ha habido por años señalamientos acerca de la lentitud de los procesos de mediación entre vecinos en las cortes. Ahí puede haber espacio para mejorar.

Tampoco ayuda la impunidad que a veces resulta de estos casos. En marzo, todo Puerto Rico vio a una mujer destruyendo a batazos el carro de otra fémina, a la que después agredió a golpes, en una vía pública. La víctima de la brutal agresión -sabrá ella por qué, no quiso presentar cargos. Solo por esta razón, la agresora no sufrió ninguna consecuencia a pesar de haber cometido delitos tan graves delante de todo el país. El público vio y tomó nota.

Hay que tener presente, no obstante, que este es un tema que no es responsabilidad solo del gobierno. Cierto, que la lentitud de los procesos, la incompetencia institucional, la impunidad y todos los factores estresantes que son parte de la vida cotidiana en Puerto Rico a menudo llevan nuestra tolerancia al límite. Mas nos toca a cada de nosotros hacer acopio de nuestros valores, de nuestro carácter y entender que, al final del día, la violencia y la intolerancia no resuelven ningún problema y, por el contrario, crean muchos más.

Por nosotros, por nuestras familias, por nuestro país, aprendamos, que podemos, vivir en paz los unos con los otros.

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