Yarimar Bonilla: navegando hacia lo desconocido
Este pasado verano, con las marchas que lograron la renuncia del gobernador Ricardo Rosselló, el pueblo puertorriqueño llevó a cabo uno de los movimientos más grandes de su historia. Si bien nos podría parecer un fenómeno único, es importante verlo dentro de una tendencia global más amplia. En lugares tan distintos como Hong Kong, Haití, Chile, Ecuador y el Líbano, manifestantes se han lanzado a las calles para pedir el fin a la corrupción, la austeridad, la política tradicional y la falta de democracia.
En cada uno de estos lugares, hemos visto cómo una chispa inesperada ha encendido la rabia colectiva que llevaba años acumulándose. En el Líbano, las protestas comenzaron cuando se propuso una serie de impuestos sobre la gasolina, el tabaco y el uso de servicios de Internet como WhatsApp. Esto provocó manifestaciones masivas que llevaron dos semanas más tarde a la dimisión del primer ministro. En Chile, el catalítico fue un aumento de 4 centavos al costo del metro; ahora se habla de reescribir completamente la constitución para dejar atrás la agenda neoliberal del dictador Augusto Pinochet, transformar el sistema político y darle más capacidad a los “cabildos” (el equivalente chileno de las asambleas de pueblo). En Hong Kong, las protestas surgieron en contra de una ley que amenazaba la soberanía local al permitir la extradición a la China. La medida ya ha sido revocada, y ahora se buscan reformar la policía y el sistema electoral.
El origen de cada una de estas protestas ha sido un agravio claramente definido. Pero luego han ido creciendo para darle visibilidad y voz a problemas históricos. Una vez lograda la meta principal, el dilema entonces es cómo atender todo lo demás. Esto se vuelve particularmente difícil en el contexto de un movimiento “orgánico”, “descentralizado”, sin partido timón u organización singular que lo canalice. Pero también cuando la meta no es simplemente sacar a un gobernante, sino transformar un sistema completo.
En Puerto Rico, nos encontramos actualmente en el proceso de lanzamiento de candidaturas políticas. Dada la gran revuelta del verano, es de esperarse que muchos traten de posicionarse en relación a ese levantamiento. Ya comenzamos a ver gráficas y videos de campaña donde se apropian de las imágenes de la calle Fortaleza/Resistencia y anuncios políticos en las redes acompañados de la etiqueta #Verano2019.
Lo triste de todo esto es que, fuera del uso de imágenes y etiquetas, lo que escuchamos de los candidatos tiene poca relación a dicha rebelión. Lejos de candidatos y plataformas nuevas, lo que domina son políticos de carrera y plataformas recicladas. Aun entre los partidos “alternativos”, se ven videos de campaña que en lugar de representar un cambio, parecen casi una parodia: con candidatos caminando por las calles del casco urbano o posando con determinación frente al Capitolio mientras ofrecen promesas y frases sacadas de unlibreto político hartamente familiar.
¿Cómo es posible que la clase política siga su curso como si nada hubiese pasado?
En un foro en el que participé recientemente, escuché a dos legisladores hablar sobre iniciativas que se buscan implementar como respuesta al verano del 2019. Estas incluyen una reforma electoral para implementar una segunda vuelta y el establecimiento de un voto revocatorio. Sin duda estas medidas son bienvenidas, pero no nos ofrecen lo que realmente deseamos luego de este verano: un nuevo proyecto de país.
La clase política parece no reconocer que para muchos la salida de Ricardo Rosselló no es un final, sino más bien un comienzo. Aún no se ha reconocido la valentía de los puertorriqueños en atreverse a tirarse al vacío y cambiar “el diablo conocido” sin saber lo que vendría después. En un lugar donde siempre se le ha temido a lo desconocido, donde el Congreso y el Tribunal Supremo nos han dicho claramente que no tenemos soberanía, y donde fácilmente podrían hasta quitarnos el derecho de elegir nuestros gobernantes, no es poca cosa lanzarse al vacío.
Siguiendo al filósofo italiano Antonio Gramsci, podríamos decir que actualmente nos encontramos en el interregno: lo viejo murió pero lo nuevo aún está por nacer. Para Gramsci, el interregno era un periodo de crisis, donde la lucha entre lo nuevo y lo viejo produce resultados inesperados y “síntomas morbosos”.
En Puerto Rico, la clase política parecer querer encaminarnos una vez más hacia lo conocido, pero me parece que ya es muy tarde para volver a cerrar la caja de Pandora. Sin embargo, los cambios verdaderos no se podrán ver en el término corto de un ciclo electoral, ni aun el de un cuatrienio. Por tal razón, muchos pensarán que el verano fue un episodio aislado.
Sin embargo, vale recordar que, al finalizar las protestas de Occupy Wall Street, muchos pensaron que este movimiento (el cual también fue caracterizado como espontáneo, descentralizado y sin liderazgo) había terminado en nada. Pero la realidad es que, una vez “terminado”, el movimiento tuvo grandes repercusiones, siendo por ejemplo un factor crítico en las candidaturas de figuras como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez (por hablar solo del campo electoral). Sin embargo, vale recordar también que este mismo periodo nos trajo la elección de Donald Trump. Como nos advierte Gramsci: del claroscuro entre lo nuevo y lo viejo surgen los monstruos.
Los meses por venir ciertamente serán inciertos, pero algo me dice que seguiremos navegando hacia lo desconocido. Ya se despertó una sed inapagable por saber qué existe más allá del horizonte visible. Y además nos dimos cuenta de que la tierra no es plana y que podemos lanzarnos hacia lo desconocido sin miedo a caernos por el precipicio.
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