Una plantación azucarera convertida en hotel donde el tiempo parece haberse detenido.
Una plantación azucarera convertida en hotel donde el tiempo parece haberse detenido.
Nevis no tiene nada del cliché de isla caribeña. Ni te recibe un “steel band” en el aeropuerto con músicos vestidos de camisas con floripondios, ni te ofrecen piña colada como cóctel de bienvenida servida en un vaso de plástico con sombrillita de papel rosa, ni ninguna ruta de circunvalación te hace pasar obligatoriamente por la tienda del “duty free”. De hecho, es que no hay. Ni los megacruceros anclan aquí. Eso de tener desparramadas miles de personas en el pequeño casco histórico de Charlestown, aún no lo concibe un “nevisiano” de corazón.
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