Casi todos conocemos el dicho: “lavarse las manos como Pilatos”. Esta frase, de origen bíblico, significa hoy todo lo contrario. Al “lavarse las manos”, Poncio se las embarró. Pudiendo, no decidió. Eso, cuenta la historia, fue lo que hizo el procurador romano con la suerte del Nazareno. ¿Por qué lo hizo? Son varias las versiones, como en todas las historias; miedo, inseguridad y también que, en ese momento, Pilatos se encontraba a mitad de su término, y las encuestas (en sentido figurado) revelaban que sus posibilidades de revalidar eran remotas. ¿Qué mejor manera de evitar reyertas y agradar a sus detractores que “complaciendo” a quienes reclamaban la pena de muerte para Jesús? Poncio puso en manos de los acusadores la suerte del acusado, a pesar de que sabía de su inocencia. Así pues, con su forma de actuar, determinó el destino del Nazareno. Cedió ante los reclamos de los habitantes del pueblo, y literalmente lavándose las manos se autodeclaró inocente de la sangre de aquel justo. Hoy día la frase “lavarse las manos” no pasa de metáfora. Si usted se “lava las manos” como Pilatos, no se libra de nada (suponemos que Pilatos tampoco). No haga como Poncio, que prefirió no tomar una decisión difícil para evitarse problemas. No decidir es decidir, y conlleva responsabilidad. No se lave las manos ni en la pileta, ni como Pilatos; mejor lávele los pies a otro.
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