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El crujir de las ventanas sólo se opacaba con el aullido de los vientos que parecía de una bestia moribunda. El huracán cegó vidas, destrozó casas, puentes y abasteció los ríos, cuyas corrientes saquearon lo poco que quedó de pie. Quedamos en la oscuridad más absoluta y tomó días entender la magnitud de lo que ocurrió, porque nos dejó entumecidos. Al cumplirse un mes del evento, la incertidumbre y el asombro, tratan de disimularse con las buenas intenciones que bailan con el oportunismo.
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