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Hay días en que el puente que separa a un ser de otro se siente más frágil y quebradizo. No se logra cruzar. Las manos parecen no alcanzarse, no se tocan, ni siquiera el recuerdo del roce de ellas trae gran consuelo. Esa distancia física y emocional se siente como una pajita que el viento te deposita en el ojo. Llevo 19 años con esa basurilla en uno de los míos. A veces molesta más, otra menos, pero siempre está ahí. Todo alrededor es fiesta, abrazos, obsequios y yo, como muchos otros, con mi pajita en el ojo.
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