Uno puede decir que Franklin Gómez está en la lucha, pero es mucho más que eso. Sí, es un luchador olímpico, pero no siempre fue así. Cuando Franklin llegó a Puerto Rico, de la mano de su mamá, doña Margarita Matos, había incertidumbre en su joven mente.

“Yo era un niño cuando vine a Puerto Rico. No fue fácil”, recuerda, antes de contar la travesía de su madre.

Doña Margarita llegó a Puerto Rico en 1994, desde Barahona, Santo Domingo. Tres años antes había muerto el padre de Franklin, dejándola sola con tres varones. La idea era buscar mejores oportunidades de vida para sus muchachos y echar la familia hacia adelante.

Fue un proceso difícil. Primero, doña Margarita fue a Nueva York y con la ayuda de su familia pudo hacer los trámites sacar su visado. Las leyes de inmigración no le permitían traer a sus hijos a Puerto Rico hasta después de un tiempo. Finalmente, en 1995, Franklin llegó primero. Al año siguiente llegaron sus hermanos. Franklin llevaba tres años en la Isla cuando empezó a practicar la lucha.

La familia se mudó a una comunidad donde habían muchos niños, tanto puertorriqueños como dominicanos. “Nunca vi mucha diferencia entre las nacionalidades, de eso estoy bien agradecido. Entonces, llegamos al Club Sparta de lucha, con el entrenador Pedro Rojas”, dice Franklin.

Franklin no tenía papá, así que tanto su mamá como los maestros de lucha —en especial Pedro— se encargaron de llenar ese rol.

“Creo que para este tiempo también aprendí a ser un ejemplo para el resto de los muchachos. Por eso siempre vuelvo al Club, compita donde compita, para hablar con ellos y que vean que si crees en ti, lo puedes todo”, apunta Franklin.

A pesar de los obstáculos que propone ser un niño inmigrante, Franklin se adaptó bien a la realidad puertorriqueña. Claro, había una gran diferencia entre él y otros niños. Mientras estos se inclinaban por jugar béisbol o baloncesto, Franklin se decidió por un deporte poco convencional que se abría paso en Borinquen.

La lucha se volvió su vida, aunque insiste que sucedió a la par con su enfoque en los estudios y el fortalecimiento de su fe cristiana.

“Gracias a Dios siempre entendí que estaba en mí echar hacia adelante, ya fuese en la lucha o en la vida misma”, admite, indicando que ha sido en el Club Sparta donde ha cosechado grandes amistades, como los también atletas Luis Soto y Jaime Espinal.

Con gran tesón, Franklin consiguió una beca en una escuela superior especializada en deportes en Estados Unidos. Su gran desempeño en competencias en este país lo posicionó a nivel nacional, llamando la atención de los escuchas hacia el joven atleta.

“Me llevaron a estudiar allá afuera, y luego conseguí una beca en Michigan State”, relata orgulloso.

Bajo la bandera de Michigan State se hizo campeón de la Asociación Nacional Atlética Colegial (NCAA, por sus siglas en inglés) en las 133 libras y se graduó con honores. Ahora completa su maestría en Penn State. Allí se ha vuelto un ícono, siendo uno de los pilares del club de lucha de la institución.

Entrenando en Penn State conquistó plata en el Mundial de Estambul 2011. Allí regresa siempre a completar los entrenamientos para todas sus competencias importantes.

En el escenario internacional, Franklin ganó medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011, y una de bronce en los de Toronto 2015. Conquistó bronce en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Mayagüez 2010 y oro en los de Veracruz 2014.

“Ahora vamos a Río, a las Olimpiadas. Yo sé que no será fácil, pero yo creo en mi Dios y yo creo en mí”, puntualiza.

Ya bastantes obstáculos ha superado Franklin. Una competencia más no será nada.