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Nota del editor: ante el fallecimiento de Marisol Malaret rescatamos de nuestro archivo esta entrevista.
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El triunfo de Marisol Malaret como la primera puertorriqueña en obtener la corona de Miss Universo es uno de esos emotivos recuerdos en nuestra historia colectiva.
El entonces director de El Nuevo Día, Carlos Castañeda, tuvo la visión de enviar un equipo a la ciudad de Miami a cubrir el certamen. Castañeda tenía la corazonada de que Marisol haría un gran papel, y no se equivocó. El 13 de julio de 1970, con el titular “¡La más bella!”, publicó la icónica portada que, al día de hoy, muchos conservan y que marcó, para nosotros en El Nuevo Día, un momento diferenciador. Cientos salieron a la calle a comprar el periódico y recibieron a la reina en el aeropuerto con nuestra portada en manos.
Recuerdo ver el certamen con mi abuelo Luis A. Ferré en La Fortaleza. Yo tenía seis años y él me cuidaba. Cuando Marisol ganó, le hice prometer que me llevaría a recibirla. Todas las niñas soñábamos con ser Marisol.
Subí las escaleras del avión de Eastern Air Lines y esperamos a que se abriera la puerta. De allí, salió ella con esos ojos enormes y su sonrisa perfecta. Mi abuelo se quedó sin habla. Esa noche hubo una recepción en La Fortaleza. Marisol tenía un traje cortito de lentejuelas. Se veía espectacular. Había tanta gente, pero conseguí llegar a ella. Le agarré el traje y la halé varias veces. Ella me miró, se agachó y me dio un beso. Esa noche soñé que yo también podía ser Miss Universo.
Hace tres años, Marisol anunció que se retiraba de la vida pública, luego de una fructífera carrera como empresaria, para dedicarse a la familia, a su hija Sasha y su nieta Luna. Desde entonces, no concede entrevistas ni asiste a homenajes. Pero esta semana, en el marco histórico del cincuentenario de El Nuevo Día, accedió a conversar sobre aquel evento que marcó la vida de generaciones.
MLFR: ¿Qué recuerdas de la experiencia del certamen?
MM - En ese momento, uno no comprende la magnitud de lo que pasa, yo era una muchacha y todo iba tan rápido que no había cómo procesarlo. Estaba desesperada porque no había logrado hablar por teléfono con mi tía. Mis padres murieron cuando yo tenía ocho años y mi tía se ocupó de criarnos a mi hermano y a mí. Solo quería llamarla y cuando lo logré, fue para pedirle permiso y saber si podía aceptar esto. Su respuesta fue contundente: “Sí, ahora te toca representar a Puerto Rico”.
¿Pensaste en algún momento que podrías ganar?
Para nada. Yo modelaba porque Anna Santisteban me dio una beca. Nosotros no podíamos pagar las clases. Cuando viajé al concurso, jamás lo pensé. El resultado trajo tantas consecuencias, no solo para mí, sino para Puerto Rico. En aquel momento ganabas y te recibían presidentes de países. Joaquín Balaguer me hizo una recepción en República Dominicana, Manuel Noriega en Panamá y Richard Nixon en la Casa Blanca. Creo que Deborah Carthy-Deu fue la única que pudo vivir momentos así, porque luego Donald Trump compró el certamen y todo cambió.
Para todos en El Nuevo Día esa portada fue un antes y un después…
Para mí también, pero lo más grande que me dio esa portada fue que conllevó conocer a Don Luis A. Ferré. Él organizó una recepción en La Fortaleza y después de eso fue mi novio platónico por toda una vida. Conversábamos mucho cuando yo visitaba Puerto Rico. Años después, me solía encontrar al que en el 1970 era director del periódico El Mundo. Ellos decidieron publicar la noticia pequeñita en el interior porque no era importante. Siempre me decía “ese fue el error más grande de mi carrera”.
Tu triunfo trajo mucha esperanza para Puerto Rico. ¿Te percatabas de eso?
Tú sabes cómo somos los puertorriqueños tanto aquí como afuera. Me llevaron a muchos estados con amplia presencia nuestra. Todas las actividades eran en hoteles porque así la organización quería, y ganaron mucho dinero conmigo. Siempre que iba a un estado, los de allá me arropaban porque tenían este orgullo patrio de dejarle saber al americano “nosotros somos iguales”. Para ellos, esa era la importancia de haber ganado, y más cuando la primera finalista era una americana muy linda (Deborah Shelton).
Todos recordamos aquel recibimiento en Puerto Rico. La noche antes yo le había pedido a mi abuelo que me llevara al aeropuerto a verte. Lo hizo y recuerdo verte bajar del avión...
Aquello fue tan impresionante. Tantas personas, tanto cariño, dondequiera era un revolú. Pongamos en perspectiva que yo era una muchacha de Puerto Nuevo y de repente llego a lucir vestidos de Halston, a llevar joyas de Elsa Peretti, a tener una cuenta en la tienda Saks Fifth Avenue. Todo era un descubrimiento.
50 años más tarde, ¿qué mensaje tienes para Puerto Rico?
Este Puerto Rico es el mismo, de gente buena. Somos seres que amamos a nuestra tierra. Tener en tan pocas millas tantas cosas hermosas lo permite. Me pregunto qué he hecho para ganarme el cariño del pueblo y lo único que puedo pensar es que siempre lo he respetado. Salgo a la calle y me detienen las nietas, las hijas se toman fotos y me dicen “mami, no me lo va a creer”, y es muy conmovedor.
En estos tiempos, ¿cuál sería tu mensaje para la mujer puertorriqueña?
Nunca dejarte caer. He tenido éxitos y también cosas que no se han dado o no salieron como debían. A mí me enseñaron desde chiquita a que uno se cae, se raspa las rodillas, se sacude el polvo y sigue adelante. Estamos viviendo muchas situaciones difíciles, en las que hay incertidumbre. Hay que hacer ajustes y levantarse. Siempre levantarse.