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Hilda Rivera Llantín teje sus memorias

A sus 81 años, la costurera lajeña recuerda cómo se ha transformado la profesión que aprendió de su madre y abuela

10 de agosto de 2022 - 9:00 AM

Nota de archivo
Esta historia fue publicada hace más de 2 años.
Hilda Rivera Llantin es una costurera de Lajas que lleva muchos años trabajando desde su casa. (XAVIER GARCIA)

Quien conoce a doña Hilda Rivera Llantín puede constatar su pasión por el oficio que aprendió de su madre y abuela, quienes constantemente enhebraban la aguja para crear los atuendos que vestirían a sus familiares.

No era difícil pensar que esta lajeña seguiría el patrón de sus antecesoras que por generaciones se dedicaron a coser y a tejer las memorias de su pueblo a través de la moda.

Sin embargo, a doña Hilda la movió el ejemplo y también la necesidad de quitarse de encima a sus compañeros de clase que la molestaban por llevar la falda demasiado larga y, tan pronto podía, le subía el ruedo, enfureciendo a su progenitora que la castigaba una y otra vez por desobedecerla.

Ya doña Hilda cumplió 81 años y todavía cuenta la anécdota y se ríe a carcajadas.

“Aprendí a coser porque mi mamá me hacía las faldas y en la escuela decían que parecía un fantasma, como era tan flaca. Me hacían bullying, eso siempre ha existido. Entonces, cuando mami se iba a cocinar, yo le subía el ruedo y cuando llegaba de la escuela se daba cuenta y me daba con una varillita y me hacía bajarlo”, recordó la costurera lajeña.

“Después me hacía los trajes como me daba la gana; escota’os, pero salí de casa con una estola y un bolerito”, acotó la fémina frente a su máquina de coser.

Poco a poco, descubrió un oficio que ahora está casi extinto, y con el que pudo desarrollar su talento al confeccionar sus propios patrones. Incluso, se hacía la ropa que veía en las películas.

“Yo hacía los patrones porque cogí las clases por televisión. Antes daban en las escuelas Economía Doméstica, hasta los varones cogían esa clase y ahí aprendí un poquito porque en casa, mi abuela, mi mamá y todas mis tías cosían. A veces, me traían un diseño y yo lo sacaba igualito”, resaltó la octogenaria que se mudó a Lajas hace casi 60 años.

“También hice de mi propia inspiración, eso desde jovencita que me hacía los trajes que veía en las películas, para mí. Nadie lo tenía y como era bien flaca, me hacía los trajes con mucho volante”, afirmó.

Entre puntada y puntada, doña Hilda hizo un recuento de los trabajos que ha hecho a través de los años, entre estos, trajes de bautismo, quinceañeros, novias, gala, uniformes y hasta ropa para caballeros.

“Lo más difícil para hacer son las chaquetas de hombre. Tenía un muchacho que compraba unas telas bien raras y me las traía para que le hiciera unas chaquetas forradas. Eso es más malo que un traje porque hay que ponerle tres capas de tela para que queden duras”, reconoció.

“Hacía trajes de batuteras y de la banda del Colegio de Mayagüez. También hice muchos para el grupo de bailes folclóricos de Lajas y, como antes se usaban mucho los uniformes escolares, para ese tiempo me amanecía cosiendo. Yo hacía de todo, trajes de novia, de bailes, aquellos que llevaban 10 o 15 yardas de tela”, enumeró.

A través del tiempo, doña Hilda ha sido testigo de los cambios en la moda.

“Las modas se van y vuelven. Cuando mi sobrina se casó, le hice un traje que en aquel tiempo la moda era en globo y eso lo vemos ahora. Y cuando eran los pantalones como pampers, abombacha’os hice muchos”, señaló.

Cabe destacar que, de su familia actual, solo una sobrina ha mostrado interés de continuar con el legado.

“Mi hija aprendió, no es una gran costurera, pero se defiende. Pero fíjate lo que son las cosas, tengo una sobrinita que cumple 18 años y, puedes creer que sin nadie enseñarla, venía aquí y mirando, se compró una máquina y ahora hace blusas y las vende, igual que pantaloncitos con elástico. Ella dice que lo aprendió conmigo. Salió a mí porque yo desde chiquita siempre estaba cosiendo”, dijo llena de orgullo.

De otra parte, lamentó que ya casi no queden costureras en los barrios y, aunque asegura que ya no trabaja como antes, todavía se mantiene realizando algunas labores.

“Yo sigo haciendo ruedos de pantalón, entallo ropa y una que otra cosita, blusitas, por ejemplo. Sigo enhebrando, pero ahora con espejuelos. Pero si no fuera por la costura, yo no hubiera sobrevivido a la muerte de mi hijo porque cuando me pongo nerviosa, que me da como ansiedad, cojo la máquina y me pongo a coser”, concluyó.

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