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El Bosque Estatal de Guánica alberga asombrosas criaturas

Al llegar temprano en la mañana, el sol se va asomando detrás de la montaña poco a poco, iluminando y calentando a las criaturas que allí habitan

15 de agosto de 2021 - 11:40 PM

Nota de archivo
Esta historia fue publicada hace más de 3 años.
En la foto principal, un pelícano pardo (Pelecanus occidentalis). (Isabel Ferré Sadurní / Especial para El Nuevo Día)

Al llegar temprano en la mañana al Bosque Estatal de Guánica, el sol se va asomando detrás de la montaña poco a poco, iluminando y calentando a las criaturas que allí habitan.

En un árbol, ves primero a las auras tiñosas recibiendo el sol mientras se secan las alas. De momento, un sobresaliente “tack, tack, tack” interrumpe el silencio y notas ahí, trepados arriba, a los pájaros carpinteros, endémicos de nuestra isla, en otro palo seco. Sigues caminando en la ruta seca y robusta, rodeada de árboles espinosos y distintas variedades de cactus y suculentas.

Distintas aves te acompañan mientras saludan con sus cantos y desayunan todo tipo de insectos. En una esquina, notas el atrevido turpial, vestido de negro y anaranjado, comiéndose una polilla que cayó en la tela de la araña. Y al otro lado, escuchas el “chiririririrí” de la reinita mariposera, también endémica de Puerto Rico. Con su brillante color amarillo y alegre canto, la ves brincando de rama en rama, degustando arañas y escarabajos.

Una vez en el borde de las salinas, te encuentras con nerviosos y diminutos cangrejos violinistas, presumiendo sus prominentes garras y andando con rapidez de lado a lado haciendo camino. Al subir la mirada, ves un espejo del cielo al reflejar sus nubes en el agua salada. Las pequeñas viudas negras, de largas patas rosadas, despegan al notar tu presencia.

Sigues andando por el bosque persiguiendo el sonido lejano de las olas y, de repente, un san pedrito o medio peso, que también es endémico del archipiélago, se posa al frente con una araña en su pico. Luego de observarte moviendo su cabeza inquietamente, vuelve a su agujero terrenal y se asoma desde su refugio.

De camino a la playa, escuchas a las iguanas asustadizas tirándose desde los mangles al agua de mar para darse un chapuzón. Entre los mangles, notas los rayos del sol brillando sobre el color azul intenso, mientras arriba, en el cielo, un pelícano vuela observándote y, desde su perspectiva, todos los peces en el mar. Al llegar a la playa, una elegante garza azul pesca tranquilamente en lo llano del agua. Y ahí, pasas toda la tarde…

Al caer el sol, salen de nuevo todas las criaturas a alimentarse, esta vez, a cenar. Los rayos anaranjados del sol penetran el manglar, alumbrando sus robustas raíces. Ves las distintas nubes cambiar de colores: de blanco a amarillo, a anaranjado y, después, rosa. Y así, el sol poco a poco se despide detrás de la montaña. El planeta Venus se empieza a distinguir y, una tras otra, las estrellas empiezan a brillar. Los cantos de los pájaros son reemplazados por los de los grillos y, de esta forma, la noche empieza a nacer.

En ese momento, te sientas, mirando las estrellas y contemplas... contemplas el poder que tiene presenciar la vida de estas criaturas y sus rituales consistentes diariamente. Contemplas el poder que tiene ser testigo de la naturaleza efímera y cambiante. Contemplas los ciclos y las etapas de la vida. Recuerdas lo pasajera y lo frágil que es la vida. Recuerdas la presencia. Recuerdas la importancia de admirar y apreciar la belleza, la majestuosidad y lo maravilloso de la vida al estar presente. Recuerdas el significado de vivir a través de la sabiduría e inteligencia innata de la naturaleza. Recuerdas la interconexión de todos los seres en este planeta. Recuerdas que nos necesitamos. Somos todos uno.

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