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A Mayra Rodríguez Encarnación y a su grupo de parranderos les encanta la morcilla. Tanto así, que han organizado un itinerario de parrandas al que llaman el “Morcilla Tour”, un concepto que, entre varias generaciones, han mantenido vivo por casi 15 años.
Hoy, la gira llevará a cabo su segunda parada de la temporada. El punto de encuentro es un estacionamiento vacío en un centro comercial de Bayamón. El grupo está citado para las 6:30 p.m., pero comienzan a llegar en realidad más cerca de las 7:00 o a “hora boricua”, como le llama Mayra.
Aunque las parrandas son una parte muy reconocida de las tradiciones de Puerto Rico, su presencia en el quehacer navideño ha disminuido. En tiempos de antaño, un grupo de fiesteros y músicos llegaban de sorpresa a hogares, usualmente a altas horas de la noche, y eran recibidos para formar un jolgorio improvisado en el que se bebía mucho ron y se cantaba hasta el amanecer. Hoy día, hacer algo así es muy difícil. Llegar sin avisar a una casa sería una desconsideración, en especial en tiempos de recesión, cuando no todo el mundo tiene los medios para ofrecer comida y bebida a un colectivo de ruidosos, a veces desconocido. Mayra y sus compinches lo tienen muy claro.
—Esto es algo bien esperado y especial para nosotros. Siempre nos encargamos de identificar las casas que quieran recibirnos porque, obviamente, una parranda tradicional es sin avisar, pero sabemos que, en la realidad que estamos ahora en 2022, somos un corillo grande, y no todas las familias tienen el presupuesto económico para recibir a todo el mundo y darle comida a 20 o 50 personas, explica la mujer de 27 años, mientras se acomoda una diadema con dos pequeños árboles de navidad.
También, es cierto que los cambios culturales y económicos, al igual que el impacto de varias tragedias sobre la isla, han menguado el espíritu navideño boricua, pero Los Morcilleros, como se hacen llamar, tienen como misión revivir esa chispa una parranda a la vez.
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Las personas se van aglomerando en el lugar y se puede escuchar el retumbar desorganizado de panderos, güiro y la melodía de una guitarra mientras los músicos practican con sus instrumentos. Cuando han llegado suficientes, Mayra comienza a impartir las instrucciones del día. Las parrandas modernas requieren disciplina. Lo que acontece después es un ensayo improvisado en el mismo estacionamiento. Los parranderos se acomodan en un círculo mientras van dando instrumentalización y voz a algunos clásicos navideños.
Acompañando a Mayra se encuentra su padre, Joseph Rodríguez. Joseph es músico y esta noche estará a cargo de tocar el piano, un instrumento un tanto inusual para una parranda. Su sonrisa amplia transmite una calidez inmediata y la mantiene de cachete a cachete mientras cuenta cómo sus años en la música lo han curado de cualquier espanto excepto uno...
—¿Quieres saber qué es lo peor de una parranda?
—Sí, ¿qué es?
—Cuando llega un tipo que nadie conoce y quiere tocar el cencerro, pero no sabe tocarlo.
Sus palabras son proféticas. Minutos después, llega un hombre de pelo rubio con una campana y un palo en las manos, cuyo terrible sonido descuartiza la poca coordinación entre los músicos y los coristas.
—A mala hora lo dije… —suspira el pianista.
Mientras tanto, Mayra continúa explicando las instrucciones para la noche.
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—Recuerden que en la parte que se repite el coro de “Caminan las nubes” tenemos que dar una vueltita así, como media sensual, muestra mientras va girando en el mismo sitio con una mano en la cintura.
Los presentes, al menos una treintena de personas, practican y se unen en coros desafinados hasta haber ensayado todo el repertorio para la noche. De ahí, arrancan en caravana hacia el destino de la noche. La casa escogida es un hogar humilde en el corazón de Forest Hills, en Bayamón. La vivienda está pintada de blanco y un inflable de los Reyes Magos es la única decoración navideña visible. El grupo pretende ser sigiloso mientras se ubica frente a la entrada. Algunos decidieron saltar el ensayo y llegar directamente, aumentando la matrícula a unos 50 parranderos.
Todo el mundo asume posiciones y al conteo de tres, comienza oficialmente la parranda de Los Morcilleros.
“Venimos desde lejos para cantarte a ti, si tú no te levantas cantaremos siempre aquí, oh, oh”
El repique de panderos, güiro, y las cuerdas de guitarra se unen a las voces desafinadas de los presentes para dar forma a una sinfonía destartalada llena de alegría y gozo.
—No es cantar bonito, es cantar con entusiasmo y disfrutar. Porque yo no canto, yo no toco, pero tengo el espíritu y el ánimo para que estas cosas se puedan dar, explica Mayra, consciente de que la intención de esta tradición no es la excepcionalidad musical, sino fomentar lazos de solidaridad y cariño entre personas.
El grupo entra a la casa y va acomodándose como puede en una pequeña terraza en la que continuarán tocando, esta vez con equipo de sonido y un poco más de producción. Allí, el anfitrión de la noche, José Carlos Serrano Padilla, comienza a repartir morcilla en una caja de cervezas vacía. Es un requerimiento para el colectivo que en la casa donde sean recibidos se ofrezca esta delicadeza.
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José Carlos tiene 28 años y es parte de su naturaleza ser una persona acogedora. Lleva gran parte de su vida trabajando en la industria de servicio y apenas lleva tres años como dueño de esta propiedad, en la que no había podido celebrar a causa de las precauciones pandémicas. Revela que no ha sido fácil prepararse para anfitrionar, pero no se arrepiente de nada.
—Llevo trabajando un montón. No te voy a mentir. Escuchaba el dicho de que a veces dando se recibe más y, pues, esa es la misma sensación que me da esto y con esto trato de devolverle al grupo lo que han hecho por mí durante todos estos años. Y ver a niños aquí conociendo la cultura y viendo lo que hacemos me llena de mucha alegría.
Mientras tanto, los parranderos se toman un receso para comer y socializar. Se reparten cervezas y platos entre los presentes. Gente que no se conoce ríe y comparte como no han podido hacerlo en mucho tiempo. En la pequeña terraza de una casa en la Ciudad del Chicharrón todos son familia por una noche.
Pero la misión no ha terminado. Los parranderos retoman instrumentos y vuelven a la carga, esta vez adaptando un clásico a una de las realidades modernas del país.
“Yo tenía una luz que a mí me alumbraba y venía LUMA ¡fuá! Y me la apagaba”
Las personas ríen y cantan mientras entre ellos se escurre un cabezudo al que han bautizado como el señor Morci, que viene montado en la burra de año viejo, que fue fabricada por artesanos del grupo.
Mayra está convencida de que esta época navideña será diferente; un necesitado bálsamo para las almas colectivas de los puertorriqueños.
—Se sienten, como unas navidades bien alegres y bonitas. Creo que socializar es importante, poder compartir con los seres queridos y creo que como país, como familias y como individuos hemos sufrido un montón durante estos últimos años.
También expresa alegría y reseña la necesidad de conservar estas tradiciones, como dice la canción del coquí, su favorita de las parrandas.
“Tienes que preservar tú la tradición porque si no el coquí no cantará“
—Creo que es importante animar a los jóvenes y a los niños también a que sepan nuestra tradición, nuestras canciones, lo que se hace, cómo se hace y adaptarla a nuestra nueva realidad. Y yo creo que estas navidades se tratan un poco de eso, de cómo vamos adaptando la tradición y la cultura navideña en esta nueva realidad poscuarentena y todo lo que hemos vivido como país.
Con una sonrisa amplia, heredada de su padre, Mayra Rodríguez Encarnación regresa a la fiesta mientras se empieza a repartir sopa caliente. Son casi las 10:00 p.m. y el jolgorio está bien por la maceta. Aquí, todos van alegres y se rehúsan a seguir llorando.