Al acercase al puente que cruza el río Grande de Loíza, en la carretera PR-187, comienzan a dejarse ver las banderas que adornan paralelamente ambos lados de la estructura de concreto armado mientras, de fondo, la impresionante sierra de Luquillo se asoma curiosa ante la mirada atónita de los conductores.
Sin embargo, antes de la inauguración de este conocido puente —bautizado oficialmente como el “Puente de la Restauración”— por espacio de un siglo, la única forma de cruzar el caudaloso cuerpo de agua era mediante una barcaza conocida como El Ancón de Loíza.
Bajo la administración de la familia Cortijo, que asumió la operación en 1920, El Ancón se convirtió en el espacio predilecto de miles de familias que, semana tras semana, cruzaban el río en la plataforma para pasar el día inmersos en la belleza natural de la zona, que una vez enamoró a la poetisa puertorriqueña Julia de Burgos.
Así lo recordó doña María Luisa Cortijo Rosario, quien administró el negocio familiar hasta su cierre, en 1986, y quien se ha convertido en la custodia de la historia familiar, y la de El Ancón.

“Mi abuelo lo adquirió en 1920 porque anteriormente lo tenía la familia Iturregui para pasar obreros de la caña de una orilla a otra. Ellos eran dueños de la finca de caña que llegaba hasta Carolina, y tenían obreros que venían de Río Grande, Luquillo, Fajardo, por el este, y de Carolina y San Juan por el oeste”, explicó María Luisa, quien añadió que su abuelo, Pedro Cortijo Calderón, trabajó por muchos años para la familia Iturregui operando la barcaza hasta que la compró y convirtió en el negocio familiar.
No obstante, dijo desconocer la fecha exacta en que la familia Iturregui estableció ese paso para sus obreros, aunque pudo haber sido a finales del siglo XIX, cuando comenzó la bonanza de la industria azucarera en Puerto Rico.
De lo que sí se tiene evidencia es sobre la utilización del cruce por los primeros pobladores de la isla.
“Hemos conseguido datos, mediante una arquitecta amiga, que encontró documentos históricos de los tiempos de la Conquista donde los españoles describían ese cruce y la manera en que los taínos cruzaban con canoas en este mismo estrecho. Ella nos mostró una ilustración de la época donde se ve una canoa pasando de un lado a otro con taínos”, explicó, por su parte, Juan Pablo Vizcaíno Cortijo, artista residente de la organización sin fines de lucro Colectivo Ancón de Loíza, establecida en el lugar original donde operaba la barcaza.
Primero con vara, luego con cables
Vizcaíno Cortijo explicó que la manera en que se operaba la plataforma evolucionó con el tiempo, respondiendo a las necesidades de cada época.
“Al principio, la plataforma se movía con vara de majagüilla o de mangle. Eran dos varas, una que empujaba y la otra que mantenía el curso. La persona que mantenía la vara que hacía de timón tenía que tener la destreza de entender dónde ponerla para moverse con el mismo flujo del río y el empuje que llevaba la barcaza”, explicó.
“Cuando llegaron los carros, se comenzaron a utilizar las sogas. Eran dos sogas marinas y se mantenían tensas entre una orilla y otra, y así se podía mover la barcaza con más peso. Eran dos o tres personas que halaban y se cambiaban los turnos de posición de acuerdo al flujo de pasajeros ese día”, añadió.
Por su parte, María Luisa relató que al principio de la familia Cortijo asumir la operación, el pasaje por persona, incluyendo el modo de transporte, era de apenas 10 centavos.
“Para la década del 1920 se cobraba el pasaje a 10 centavos, después llegó a 25 (centavos). Obviamente, para esa época lo que pasaban eran más caballos y carretas de bueyes, porque no había casi tráfico de vehículos en esa zona para esa época porque no los había. Después, según fue pasando el tiempo, en los 1930 y los 1940, empiezan a llegar los primeros carros y entonces se necesitó agrandar la operación y por ende cobrar más, hasta el final, que el pasaje era $2.50”, explicó.
“A medida que seguían apareciendo más de estos vehículos hubo la necesidad de hacer la plataforma más grande: para dos vehículos, para cuatro, para seis, y al final, para ocho vehículos. El último cambio se hizo en 1980 y duró hasta que terminó la operación en 1986”, añadió.
Una “trillita” familiar
María Luisa recordó con nostalgia lo que, aseguró, se convirtió en “el paseo familiar por excelencia” de muchos puertorriqueños de la época.
“La gran mayoría de las personas que nos visitan ahora en el Colectivo Ancón de Loíza se acuerdan que de niños venían con sus familias exclusivamente a cruzar de un lado a otro en El Ancón y luego pasaban el día a orillas del río”, relató.
“Recientemente fue una señora, como en sus 80 años, que me dijo que cuando era pequeña la familia venía desde Mayagüez, manejando por La Piquiña, para venir al Ancón y pasar el día en familia. Las personas traían sus calderos de comida, cruzaban el río y pasaban el día debajo de algún palo de almendra y luego volvían a cruzar por la tarde. Ese era el paseo de los fines de semana, era como ir a Disney World”, aseguró.
El Ancón de Loíza también fue frecuentado por artistas, cineastas y productores de programas de televisión, donde se grabaron infinidad de comerciales, programas especiales y películas.
“Allí estuvo, varias veces, Iris Chacón, Tony Croatto, Wilkins, Lucecita Benítez, Cheo Feliciano, en fin, toda esa gente eran visitantes constantes de El Ancón. Cruzaban, se paraban en el negocito del viejo, que tenía una vellonera de esas con música del ayer, y se daban su cervecita, se comían su alcapurria y la pasaban de maravilla. Era algo constante”, recordó quien también fue la primera y única anconera en la historia familiar.
Afectó a Loíza
A pesar de la promesa en la década de 1980 de que la construcción de un puente para sustituir la barcaza traería progreso para el pueblo de Loíza, lo cierto es que tuvo el efecto contrario. Según María Luisa, la debacle económica que experimenta el pueblo por las pasadas cuatro décadas está directamente ligada a la construcción del puente.
“Se afectó toda la comunidad. El Ancón era el atractivo para los visitantes. El chinchorreo de aquella época era pasar por El Ancón e ir visitando todos los quioscos de Loíza”, recordó la educadora jubilada.
“La gente iba a comer jueyes a Richard’s, iban a comer allá en (el sector de) Las Carreras, donde estaban los quioscos con comidas típicas hechas al burén. Eso fue desapareciendo porque ya la gente cuando pasaba por el puente, doblaba a la derecha, para la (carretera) PR-3 y lo seguía por ahí para Río Grande, Luquillo, Fajardo, no entraban al pueblo. Se convirtió como en un pueblo fantasma”, añadió.
Según María Luisa, el gobierno falló en desarrollar una estrategia para mitigar el impacto de esa construcción en el comercio local.
“Loíza no se había preparado para el impacto que tendría la construcción de ese puente. Aquí teníamos de todo: dos farmacias en el pueblo; dos cines, uno en el pueblo y otro en Medianía; teníamos tiendas de ropa, zapaterías, colmados, carnicerías, mueblerías; era un pueblo autosuficiente, hasta que se construyó el puente”, aseguró.
Aunque la plataforma original ya no existe, la organización Colectivo Ancón de Loíza no descarta en un futuro adquirir una nueva plataforma para establecerla como un atractivo turístico e histórico.