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Solía buscar refugio en los demás y en sus personalidades. Yo era como una chiringa ante el vendaval de sus deseos, cambios de ánimo y opiniones. Me sentía responsable por su felicidad o falta de ella. Me acomodaba a sus necesidades para que me amaran y evitar que se quejaran o se fueran. Nada de eso funcionó. Al contrario, podía estirarme hasta las nubes, y no era posible complacer a nadie al cien por ciento. No solo era doloroso, sino que quedaba cada vez menos de mí.
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