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Hay un Jesús rubio de ojos azules, cuya piel no ha sido castigada por el Sol. Un Jesús estadounidense, hijo de un dios padre en cuyo cielo los migrantes no caben. Por eso, a ese dios, hay que escribirlo con minúscula. Ese dios, vociferante y temeroso, se apoderó de algunos medios, días antes de las elecciones legislativas, para inculcar en la población estadounidense, el miedo a la “invasión” de la caravana migrante.
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