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DESPEDIDA Era lógico. Después de contravenir gravemente a la masa crítica de sus seguidores y haber aceptado los drásticos ajustes que le imponía la Eurozona para acometer un tercer rescate para Grecia, Alexis Tsipras no tenía otra salida que dimitir como primer ministro. Claro está, tras la ducha de realismo, su movida ha sido convocar nuevas elecciones para ver si el país, despertado ya del ilusorio espejismo del impago, deposita en él la confianza para timonear la leoninas reformas que se avecinan. Eso sí, su partido, la coalición radical Syriza, queda desairado.
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